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Cuchillo sin filo

Francisco Correal

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Kutuzov y los hermanos Karamazov

Entre el Mundial de Rusia y el Mundial sin Rusia leí a Tolstoi y a Dostoievski, antídotos contra la guerra

Nunca he estado en Rusia. No sé a cuántos días de estancia equivaldrían las horas y horas, días y más días que paseé por sus pueblos y ciudades a lo largo de 3.330 páginas. Me refiero a las 1.812 páginas de los dos volúmenes de Guerra y Paz, cifra que coincide además con el año en el que se desarrolla la acción, y las 1.518 páginas que suman Crimen y Castigo y Los hermanos Karamazov. Empecé a leer a Tolstoi y Dostoievski como una gymkhana para mitigar el tedio y la ansiedad del estado de alarma y luego se metieron en mi vida en el bienio negro de la pandemia. El juego consistía en leer una novela de cada uno de los cinco escritores a los que dedicó sus biografías Stefan Zweig. También estaban Charles Dickens (Oliver Twist), Stendhal (La Cartuja de Parma) y Balzac (Las ilusiones perdidas, novela que está en las carteleras de cine).

Me he adentrado en el alma rusa entre el Mundial de Rusia de 2018 que ganó Francia (Napoleón se cobró la revancha dos siglos después) y el Mundial sin Rusia de 2022. Suena a hipocresía descartar a Rusia de un Mundial que se celebra en Qatar, parque temático de los derechos humanos; es como impedirle la entrada al diablo en un aquelarre.

"¿Por qué va a la guerra?", pregunta un personaje de Guerra y Paz. "Porque la vida que llevo aquí, esa vida… ¡no es para mí!". Si fuera una obra de teatro sería un duelo interpretativo en el campo de batalla entre Napoleón, en un caballo árabe en la primera parte, en uno de raza inglesa en la segunda, y Kutuzov, el militar ruso que fascinó a Borbolla cuando leyó la novela de Tolstoi en la mili. Al final de las dos entregas aparece un cometa en 1812 que Tolstoi interpreta como símbolo del fin del mundo. Una alegoría apocalíptica que ahora es moneda común entre virus, tanques y misiles.

El Moscú valiente de la novela se ha trasladado ahora a Kiev. Tolstoi compara la defensa de la capital rusa con la de Zaragoza y pone el ejemplo de los guerrilleros en España, que "en lugar de reunirse en gran número, los hombres se separan para atacar".

En Los hermanos Karamazov, Dostoievski imagina una segunda venida del Mesías, utópico sueño que traería "la desaparición de las guerras, de los diplomáticos, de los bancos y demás". "Pronto se emborracharán con sangre en vez de vino", enseña el sacerdote que instruye a Aliosha, el Karamazov creyente.

En Moscú ha salido un nuevo Napoleón sin Waterloo. Para Putin valen las palabas de Raskolnikov en Crimen y castigo, "… a quien le está permitido todo, bombardea Tolón, arrasa París, olvida un ejército en Egipto, pierde medio millón de hombres en la campaña de Moscú, escapa por milagro de Vilna. Y después de su muerte le erigen estatuas".

El biógrafo Zweig ve en Tolstoi una "cara anónima, de ruso, de cualquiera, podría servir para presidir un ministerio e igualmente para frecuentar una taberna de borrachos". En Dostoievski aprecia "cara de aldeano y casi de mendigo", "una vida heroica, jamás moderna, jamás burguesa: una vida de Antiguo Testamento". Leer a dos genios rusos contra este empacho autocrático de zarismo y comunismo.

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