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Charo Ramos

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Longevidad

Para Olivia de Havilland el secreto era beber champán a diario; para Pilar Chaves, no aferrarnos a lo que perdimos

M I bisabuela paterna falleció a los 99 años, cuando nos disponíamos a preparar el festejo de su primer siglo de vida, y se fue tan silenciosa y sonriente como había vivido, con los brazos espolvoreados de esa cal blanca que identifica las casas de Medina Sidonia y a las mujeres encargadas de enjalbegarlas entre mayo y junio, antes de que estalle el verano. Muchos asidonenses llegaron a la provincia de Cádiz procedentes de Morón de la Frontera, y resulta sugerente pensar que el arte de encalar es la forma en que el árbol genealógico echó raíz.

En el año del coronavirus, sobrepasar la frontera del siglo resulta más heroico todavía y merece la pena hablar con quienes lo han logrado. Me hubiera gustado preguntarle por el secreto de su eterna juventud a la actriz Olivia de Havilland, que nos dejó este domingo a los 104 años. Por fortuna, una intrépida periodista de The New Yorker sí lo hizo y hoy podemos saber que la dulce Melania de Lo que el viento se llevó, que llevaba varias décadas residiendo en París, asociaba su buena salud al hecho de beber champán a diario. También fue poco antes de morir cuando la maravillosa escritora Ana María Matute nos descubrió, al presentar su novela Paraíso inhabitado, su afición a la ginebra y su aversión por el agua mineral, haciendo muecas de asco al confundir los vasos transparentes. Recordamos la anécdota ante el soberbio retrato que le hizo Ricardo Martín en el hotel Palace y que se incluye en su exposición Las caras del tiempo, que puede verse hasta el 13 de septiembre en la sala Santa Inés.

Este lunes cumplió 100 años Pilar Chaves Jones, la mayor y única superviviente de los cuatro hijos que tuvo el mejor periodista andaluz del siglo XX, el sevillano Manuel Chaves Nogales. Varios amigos de la familia tuvimos el placer de pasar con ella las horas previas riendo y recordando. Aunque Pili, como la llamaba su padre, se resistía a desvelar el secreto de su longevidad, que probablemente incluya el nadar a diario en una piscina de agua salada, sí acabó diciéndome qué es lo que no hay que hacer. Y ella, que sobrevivió al acoso de la Gestapo en París, al hambre como refugiada en la frontera con Francia, a la orfandad y al silencio innoble que oscureció el nombre de su padre hasta tiempos recientes, cree que el secreto es no obsesionarnos con lo que hemos perdido y nunca estará a nuestro alcance. "Hay que buscar lo interesante de las propias circunstancias en que se desarrolla la vida, sean éstas las que sean". Ahora que la vista no le permite leer como solía, esta intrépida cordobesa criada en Inglaterra, donde residió gran parte de su vida junto a su marido, hijos y su madre Ana, se refugia en su otra pasión: cuidar el huerto y el jardín de su casa malagueña. Y no hay planta o árbol que dé fruto sin que ella lo sepa.

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