La aldaba
Carlos Navarro Antolín
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La tribuna
HACE pocos días, los diarios del Grupo Joly informaron de que en menos de una semana se habían ya recogido setenta mil firmas en apoyo del llamamiento de la Plataforma Mezquita-Catedral de Córdoba: Patrimonio de tod@s. Posteriormente, las adhesiones han continuado, tanto de personas destacadas andaluzas, españolas y de otros países como de diversas organizaciones y entidades. No es que la Mezquita cordobesa -uno de los tres monumentos, junto a la Alhambra granadina y la Giralda sevillana, por los que Andalucía es más conocida en el mundo- corra peligro de grave deterioro material pero sí porque se cierne sobre ella la amenaza de que pierda los valores que fueron la base de su declaración por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad, hace ahora tres décadas.
Como se expone en el llamamiento, existen "continuados intentos de apropiación jurídica, económica y simbólica" que constituyen una directa amenaza a esos valores y que pueden llevar a que sea declarada como Patrimonio en peligro. No se está construyendo ninguna Torre Cajasol (aquí hubiera sido Torre Cajasur) en su entorno, pero la acción de una jerarquía católica de corte marcadamente integrista y preconciliar -hoy claramente en contraste con los nuevos aires que el papa Francisco está impulsando desde el Vaticano- se ha convertido en un verdadero peligro para la Mezquita. A través de sucesivos obispos que parecen nostálgicos de la Contrarreforma, y de un prepotente Cabildo que ha controlado durante muchos años, y luego arruinado, la segunda caja de ahorros más importante de Andalucía, se está desarrollando un proceso que afirma que la Mezquita no existe, ni tampoco la Mezquita-Catedral, sino sólo una Santa Iglesia Catedral que sufriría, "por coyuntura histórica", una "intervención islámica". Les aseguro que no es broma: esta frase puede leerse en alguno de los folletos oficiales más recientes y escucharse en boca del anterior obispo (hoy en Sevilla).
Todos conocemos el singular monumento cordobés, sin duda una de las maravillas del mundo. No por la catedral construida en el siglo XVI, incrustada en lo que fueron las naves centrales de la Mezquita, sino por lo que queda, afortunadamente muchísimo, de ésta. No olvidaré nunca la expresión de asombro de mi hija menor, cuando con cinco años entró por primera vez en el recinto… Conviene no olvidar que el Concejo de la ciudad (lo que hoy llamaríamos Ayuntamiento) se opuso frontalmente a la construcción del templo gótico, incluso prohibiendo, bajo pena de muerte, que ningún vecino participara en el proyecto. Los clérigos acudieron al emperador Carlos y éste dio su aprobación, aunque más tarde pronunciara la famosa frase: "Si yo supiera lo que hacíades no lo hiciérades, que lo que estais haciendo lo hay en cualquier parte y lo que teníades no lo hay en ninguna".
Para cualquiera, es evidente que existe una Catedral dentro de la Mezquita. Y que la Mezquita -que sigue ocupando la mayor parte del edificio- no es la Catedral. Esto lo saben hasta los guardias de seguridad, que de forma poco amable obligan a los visitantes a encaminarse a la catedral sin detenerse en la mezquita cuando se realiza algún culto católico. Sin embargo, el obispo y los canónigos parecen no ver lo obvio y la Junta de Andalucía renuncia a cumplir sus responsabilidades y no quiere saber nada de cuanto pueda traerle algún problema con la Iglesia.
El proceso de apropiación, ya no simbólica sino jurídica, tuvo en 2006 un hito importante, cuando el obispado procedió a "inmatricular" (inscribir por vez primera) en el Registro, como propiedad urbana propia, la "Santa Iglesia Catedral de Córdoba", dando este nombre a todo el recinto de la Mezquita, incluido el Patio de los Naranjos, aunque sin hacer referencia a ellos. Una" inmatriculación" que, en el análisis de expertos jurídicos, es nula de pleno derecho por basarse en normas vigentes pero inconstitucionales. El Cabildo Catedral, de poseedor y administrador del Bien Cultural, pasará a convertirse en propietario único del mismo si los ciudadanos no presionamos a las administraciones públicas para que intervengan. Y el monumento perdería su potencialidad como símbolo de interculturalidad y lugar de diálogo entre religiones y culturas para convertirse en un ejemplo de intolerancia y fundamentalismo. Aunque casi todo se esté privatizando, hay que impedir la privatización de la Mezquita-Catedral y el esperpento del cambio de nombre que podría llevar a su eliminación como Patrimonio Universal: porque en 1984 fue declarado tal "La Mezquita de Córdoba", que es única, y no una catedral más de las que hay decenas en el mundo.
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