Milei y Sánchez

Argentina y España son dos laboratorios de alto riesgo, pero por motivos distintos

02 de enero 2024 - 00:45

Uno de los fenómenos más llamativos de la política mundial ha sido la victoria de Milei en Argentina, un personaje ostentóreo–Jesús Gil acuñó el término–, un populista inter pares, porque si hay algún populismo singular en la historia política contemporánea es el peronismo, que se ha visto fagocitado por un heredero anarcoliberal. Veremos que da de sí esta apuesta, un laboratorio económico de primer orden donde el nuevo presidente –carajo– va a hacer química con elementos de alto riesgo: dolarización, desmontaje del sistema de protección social, privatización, jibarización de la función pública, eliminación del banco central; anuncio de sangre, sudor y lágrimas. Ya erigido presidente, parece observársele un cierto rictus de miedo, una suerte de humildad que lo enternece después del teatro grotesco de la campaña.

Aquí, en España, estamos en un estadio evolutivo distinto, pero también marcado por el principio de ejercer el poder, disciplina en la que ha demostrado una capacidad insospechada Pedro Sánchez, que de abochornado ha mutado en un terminator: ha depredado a sus notables, ha impuesto su ley en su partido, ha logrado visibilidad en la UE (Von der Leyen le hace ojitos), ha programado elecciones con ágil táctica mercadotécnica y propagandista, hasta el punto de hacer virtud de ganador del vicio de sus derrotas autonómicas, locales y nacionales. Para ello se ha desdicho con aplomo de toda promesa electoral. Sus huestes de sigla han descubierto en él un conducator, un redentor. Se ha fundido a Pablo Iglesias. En minoría personal y y parlamentaria, liquidó antes a Rajoy, y ha conseguido que el PP sea la fuerza más votada con menos palanca estatal de nuestra historia.

En Andalucía, fulminó a Susana Díaz y todo su aparato: vendrá a por la Junta María Jesús Montero, su nueva mano derecha. Ha comprometido mayor riqueza para los territorios ricos, ha dado las llaves del zoco a los mercaderes de la patria irredenta, a cuyas figuras medio muertas ha resucitado. Sincero no es; pragmático, como nadie. Ha conseguido que los impuestos especiales a la banca y otras grandes corporaciones sean una medida estructural, y no flor de una pandemia. En lo tocante a mantener el poder, carece de principios, pero su criterio es letal.

Estamos a la espera de lo que sucederá cuando Milei se tope con la realidad del gran poder y el statu quo global, y de cómo deambula por su propio laberinto de consensos. Mientras, las promesas electorales en España son como un concejal de Cuenca: no son nada en Madrid. Ni en Cuenca.

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