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Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Nazifica, que algo queda

La conversión de los cadáveres en abono pasa por progresista gracias al salvoconducto ecologista

En los campos de exterminio nazi las cenizas de las víctimas asesinadas en las cámaras de gas eran usadas como abono o vendidas a empresas de fertilizantes. Los alemanes no solo inventaron las más eficaces fábricas de la muerte que hayan existido, también las más rentables en el aprovechamiento de residuos, desde el pelo a las cenizas. 74 años después el estado de Washington, en uno de los países que derrotaron aquella barbarie tecno-científica en nombre de la dignidad humana, ha aprobado la Ley de Composta Humana que autoriza convertir, a través de un proceso que dura entre cuatro y siete semanas, los restos humanos en abono orgánico.

Al igual que en el caso nazi, el objetivo es práctico y rentable, aunque esta vez la conversión de los cadáveres en abono pasa por progresista gracias al salvoconducto ecologista. Una de sus promotoras ha dicho que es una opción verde y anticontaminante gracias a la que "mi cuerpo puede devolverle a la Tierra lo que hizo por mí cuando estaba viva". La conversión del cuerpo humano en abono no va precedida de su asesinato, como en los campos de exterminio, pero la idea de usarlos como fertilizantes es idéntica. En 1945 horrorizó a los americanos que liberaron los campos nazis. Hoy se aprueba en Washington.

Es una ley de la historia que el avance en derechos y libertades puede conocer retrocesos, pero ni serán permanentes ni se regresará al punto de partida: algo de lo bueno conquistado se conserva para siempre. Lo mismo sucede con el avance del mal: será derrotado, pero nunca retrocederá hasta su límite anterior, conservará parte del territorio de inhumanidad conquistado. Los nazis, como los comunistas, ganaron para el futuro terrenos de barbarie -sobre todo la reducción del ser humano, vivo o muerto, a cosa- que su derrota no ha borrado del todo después. Cuando se abren, las puertas del infierno nunca pueden volver a cerrarse del todo.

Mientras esto sucede en Washington, en Londres la autoridad del transporte ha prohibido en el Metro y los autobuses la publicidad de una compañía comparadora de precios de servicios funerarios en los que se ve a dos jóvenes corriendo por la playa llevando ataúdes en vez de tablas de surf; el texto bromea con las "temperaturas abrasadoras" de la playa y la cremación. La empresa adujo que su objetivo era romper los tabúes sobre la muerte. Pues muy bien. Sigamos rompiendo tabúes. Nadie rompió más que Hitler y Stalin.

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