Un día en la vida

Manuel Barea

mbarea@diariodesevilla.es

Necesidades ciudadanas, caprichos del poder

La (buena) política consiste en eso: ocuparse de lo esencial para los demás sin que sea necesario para uno mismo

Quienes más pueden hacer para que los ciudadanos se sientan bien, y hasta mejor; es más, quienes están obligados a hacerlo porque para eso han sido elegidos por ellos para que hagan todo lo posible por satisfacer sus necesidades, no sienten muchas veces éstas como propias. O no lo parece. Por ejemplo, quienes más pueden hacer para que los vecinos de esta ciudad tengan un Metro eficaz -o sea, rápido y seguro- no tienen que cogerlo. No lo necesitan. Tienen a su disposición un vehículo oficial con chófer. Tampoco necesitan el tranvía, ni el autobús, ni siquiera un taxi. Su urgencia queda enseguida solventada con un vehículo con conductor y las lunas tintadas. Tal vez les haga falta cuando dejen el cargo, pero no tiene por qué. Casi siempre resultará llamativo encontrarse a un ex alcalde -no digamos ya a un ex presidente de la Junta- agarrado a la barra de seguridad del C2 o aguardando en la marquesina la llegada del A8.

La (buena) política consiste en eso: ocuparse de lo esencial para los demás sin que sea necesario para uno mismo. Un alcalde debe ponerse en el pellejo del estudiante que precisa llegar a la facultad poco antes de que amanezca y de la curranta que regresa al hogar tras una jornada sin parar en el tajo. Los dos necesitan un transporte público que los lleve y los traiga con diligencia.

Un alcalde puede estar en el cargo durante cuatro años sin hacer absolutamente nada por las necesidades de los censados en el municipio que gobierna. Y puede incluso tener el atrevimiento de presentarse a la reelección si mueve bien las fichas en el dominó del partido o éste carece de otro menos malo que presentarle a los votantes, de quienes dependerá si persiste en el poder, un puesto en el que puede permitirse vivir sin Metro, sin una buena red de autobuses, con un gremio del taxi en permanente conflicto, con el tranvía atascado...

Porque no son necesidades apremiantes para la movilidad del gobernante, con un coche y un chófer en la puerta dispuesto al punto tanto para una nimiedad como para una urgencia. Póngase el administrado un minuto en la piel del que manda. ¿No se siente a gusto? Arrellánese en el mullido asiento trasero, con aire acondicionado en las tórridas tardes de verano y con suave calefacción en las gélidas mañanas de invierno, e indique al disciplinado chófer el destino y dígale que suba o baje la radio, qué dial debe sintonizar, y cruce las avenidas aunque el tráfico sea denso, aunque esté colapsado, y cuando pase por delante de una parada del bus observe desde detrás de sus ventanas oscuras los rostros de quienes aguardan bajo la marquesina: no es usted uno de ellos, es usted el alcalde. ¿Siente sus necesidades? ¿O lo ve como un capricho?

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