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DERBI Sánchez Martínez, árbitro del Betis-Sevilla

¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

"Niño, ¿quieres grifa?"

El número de camellos ha descendido. Ahora se lleva el fumeta hortelano y sostenible que cultiva su propia maría

Todo cambia, las profesiones también. Entre ellas las del tradicional camello, llamado dealer por los consumidores más viajados y políglotas. Para las almas más blancas aclararemos que nos referimos a los vendedores de droga al detalle, una clase media baja de la delincuencia sevillana que hace ya tiempo perdió presencia en las calles céntricas de la ciudad, probablemente acosados por la gentrificación y la pasma. Antes era normal verlos, por ejemplo, en la calle Betis ofreciendo hachís a todo lo que se movía con total desahogo, sin recato alguno pese a estar junto a la comisaría que ahora se va a derribar. Solían ser macarras con pantalones-taleguilla y pelado Vaquilla que entonaban la salmodia del "niño, ¿quieres grifa?" con la desgana de un vendedor de aceitunas en la plaza. Otros, sin embargo, tenían pretensiones de gran señor. Tal era el caso del apodado Marqués, que trapicheaba con hachís de escasa calidad por la Cuesta del Bacalao y, pese a su mote, tenía la pinta de un pastor leonés endomingado, boina y bastón incluidos.

Este desparpajo acabó con el 92 cuando, como cuenta la leyenda, Felipe González ordenó personalmente que se crease una unidad policial que, con mano dura, acabase con todo el choriceo de poca monta que había convertido a Sevilla en un inmenso Patio de Monipodio. Es lo que cuenta, más o menos, Alberto Rodríguez en su película Grupo 7. Pero no venimos a hacer aquí una elegía del viejo camello. En general, era una chusma sin gracia que, como indica Francisco Umbral en su Diccionario cheli, "comporta un aura de matonería e incluso machismo que es evidentemente dórico". Lo del hachís-goma-costo-grifa-chocolate (tal era la riqueza léxica del momento) apenas importaba. Lo verdaderamente terrorífico fueron aquellas papelinas de caballo que diezmaron a toda una generación que, con la inocencia de la juventud, quiso darse un paseo por la acera salvaje y acabó en un infierno con el fondo musical de Pink Floyd y los Chunguitos. Poca gente pagó por esa tropelía.

El número de camellos de droga blanda -lo de la dura es otro cantar- ha disminuido, aunque haberlos haylos. Pero ya no se les ve en la plazuela jugando a Scarface. Principalmente porque ha prosperado la figura del fumeta sostenible y hortelano que siembra sus propias plantas de marihuana y las enseña con el orgullo que un terrateniente exhibe sus fanegas. Aparte, prosperan unas toleradas asociaciones de consumo que son algo así como el White's Gentlemen's Club de los porretas actuales. En sus cartas, en vez de encontrar solomillo Wellington o botellas de Warres Vintage Porto, el distinguido socio, que suele vestir de manera informal o sport, halla costos selectos de Ketama o aromáticos cogollos de maría californiana. Acabarán tomando infusiones de cannabis en tazas de Limoges.

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