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La tribuna

Juan José Asenjo Pelegrina

Noche buena y santa

SANTA y feliz Nochebuena! Este es mi deseo y mi mejor augurio para todos los cristianos de Andalucía. No es para menos. En la serenidad de esta noche, verdaderamente buena y santa, el ángel del Señor nos anunciará la maravillosa noticia que hace dos mil años oyeron los pastores: "No temáis, os traigo la Buena Nueva, una gran alegría para todo el pueblo: en la ciudad de David os ha nacido el Salvador, el Mesías, el Señor". Y volveremos a escuchar los cánticos de los ángeles: "Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor". Por ello, nos alegramos y regocijamos con la liturgia, porque, como nos dice San Pablo, se va a "manifestar la benignidad de Dios, nuestro Salvador, y su amor a los hombres". Sí, queridos lectores, la Encarnación y el Nacimiento del Señor es fruto del amor deslumbrante de Dios por la humanidad. Así lo confesaba en el siglo XVI el apóstol de Andalucía, San Juan de Ávila: "El Verbo, igual con el Padre, quiso hacer romería y pasar por el mundo peregrino. Por amor toma ropa de paño grueso, el sayal de nuestra humanidad".

La gratitud es la consecuencia natural de la contemplación del don de la Encarnación; gratitud, en primer lugar, al Padre de las misericordias, de quien parte la iniciativa. Dios Padre se apiada del hombre perdido y se acerca a nosotros por medio de su Verbo. Pone en Él un corazón humano y lo hace uno de nosotros. En Cristo se nos entrega totalmente. Esta es la maravilla que en esta Nochebuena contemplamos con rendida gratitud. Nuestra acción de gracias debe detenerse también en Jesús, quien en su entrada en el mundo dirige a su Padre esta oración filial: "He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad". Jesús obedece al Padre para reparar la desobediencia de Adán, obedece hasta la muerte por nosotros, con la sumisión del que es enteramente libre. Agradezcamos al Señor su obediencia, pues en ella está el origen de nuestra salvación. Tampoco podemos olvidar en nuestra contemplación de esta noche a la tercera persona de la Santísima Trinidad, pues la Encarnación se realizó "por obra y gracia del Espíritu Santo". Él fue la sombra fecunda que obró el prodigio en una especie de Pentecostés anticipado. Por ello, llenos de gratitud, hemos de alabar también al Espíritu Santo.

Por último, en esta noche hemos de acercamos con amor filial a Santa María, la llena de gracia, la esclava obediente a la Palabra de Dios. Con Ella la humanidad tiene una deuda permanente e impagable. Su sí, su "hágase en mí según tu palabra", hace posible nuestra salvación. Con gran generosidad responde a Dios que ella es su esclava y que desea ardientemente colaborar en su proyecto salvador. Nosotros admiramos con emoción su grandeza y con gratitud inmensa la alabamos como causa de nuestra alegría.

Un nuevo modo de agradecer la Encarnación y el Nacimiento del Señor es reconocer y respetar la dignidad del hombre, que entonces recobra su grandeza. En el oficio de lecturas de mañana, día de Navidad, nos dirá San León Magno que al precio de la sangre de Cristo, Dios ha concedido al hombre una dignidad extraordinaria: le ha hecho partícipe de la naturaleza divina, miembro del cuerpo de Cristo y templo del Espíritu Santo. Cristo, pues, descubre al hombre la grandeza de su vocación. Por ello, como nos dice el Concilio Vaticano II, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado. El Hijo de Dios, en su Encarnación, se ha unido en cierto modo a todo hombre, identificándose especialmente con el hambriento, el sediento, el desnudo, el transeúnte, el preso y el enfermo. En consecuencia, agradecemos el don de la Encarnación cuando valoramos la vida naciente o en su ocaso como Dios la valora, cada vez que reconocemos y respetamos la dignidad inalienable del hombre. Cuando curamos sus heridas o hacemos más llevadera su soledad, cuando damos de comer al hambriento o cobijo a los sin techo, cuando tutelamos y defendemos los derechos de nuestros hermanos, hijos del mismo Padre.

Sólo viviremos auténticamente la Navidad, si una fuerte carga de fraternidad modula nuestras relaciones y sacude nuestra indiferencia ante los hermanos. En su Encarnación y Nacimiento el Señor se hizo enteramente solidario con nosotros. Esa solidaridad es especialmente urgente ante el empobrecido, el desprotegido, el enfermo, las víctimas de la crisis económica y aquellos que van quedando en las cunetas del desarrollo, que son quienes reclaman con más apremio nuestro amor. La solidaridad eficaz es una actitud obligada si queremos vivir coherentemente las fiestas de Navidad, que yo deseo muy felices a todos los hijos de esta tierra.

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