La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

El PSOE y la cultura de la muerte

Arendt llamó banalidad del mal a actuar siguiendo una ideología dominante sin conciencia de lo monstruoso

Hago mío lo escrito en la tribuna ¿Hemos perdido el sentido común?, firmada por treinta médicos con una larga experiencia profesional tras muchos años de haber atendido a miles de pacientes, publicada recientemente en El País. Dado que pueden consultarla en las redes les resumo sus ideas guía: Centrarse en la reivindicación de la eutanasia induce a descuidar la atención integral al enfermo con sufrimiento y el desarrollo de los cuidados paliativos. La medicina debe aliviar el sufrimiento con toda la energía posible, pero nunca causar la muerte de manera intencionada. Ya existe el derecho del paciente a renunciar a un determinado tratamiento y el deber del médico de paliar el dolor y el sufrimiento, utilizando la sedación cuando está indicada. No se debe tramitar una ley de eutanasia sin haber garantizado antes buenos cuidados paliativos generalizados a toda la población, lo que actualmente está lejos de ser una realidad. Legalizar la eutanasia traspasa una línea roja que, lejos de suponer un progreso social, lanza un mensaje que puede acabar chantajeando a los vulnerables. Las consecuencias para la relación clínica médico-paciente será muy negativa.

Lo suscribo. Tras el aborto, la eutanasia es otro siniestro paso del PSOE en la legalización de actos de muerte disfrazados de derechos progresistas y humanitarios, cuando de lo que se trata es de la legalización del homicidio. Ni los más fervientes partidarios del aborto y la eutanasia pueden negar que en ambos casos se mata. Podrá discutirse si el feto es o no persona jurídica, y si está o no amparado por el artículo 15 de la Constitución (aunque la Declaración Universal de los Derechos del Niño reconoce "la debida protección legal, tanto antes como después del nacimiento"). Lo que nadie puede negar es que se mata una vida. Por ello me repugna y entristece este nuevo paso en la cultura de la muerte. Me repugna que se considere una conquista social y progresista. Me entristece que la inmensa mayoría de mis conciudadanos lo apruebe e incluso lo celebre. A este actuar siguiendo las pautas de una ideología dominante -totalitaria o democrática: la muerte no entiende de votos- sin conciencia de lo monstruoso de los actos Arendt lo llamó la banalidad del mal refiriéndose a Eichmann. Horroriza pensar que su primer marido, Günther Anders, acertara al titular uno de sus libros Nosotros, los hijos de Eichmann.

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