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Eduardo Jordá

Paseo por la tabla

AL comienzo de La isla del tesoro, Stevenson contaba que un viejo pirata se hospedaba en una remota posada del sur de Inglaterra. Y cada vez que el pirata se emborrachaba, se ponía a contar historias de ahorcados y de paseos por la tabla. El paseo por la tabla era la forma en que los piratas del mar Caribe despachaban a sus prisioneros. Les tapaban los ojos, les ataban las manos y les obligaban a caminar por un tablón de madera tendido sobre la borda, rumbo a los tiburones que se arremolinaban en el agua. Todos hemos visto en una película un paseo por la tabla, aunque parece ser que esa costumbre era una leyenda pintoresca antes que un hecho real. En realidad sólo se han podido documentar unos pocos casos de suplicios así. En 1769, los amotinados de un buque negrero dieron el paseo por la tabla a los marineros que no quisieron unirse al motín, y para atraer a los tiburones tuvieron que arrojar un cabrito muerto al agua. Se conocen uno o dos casos más, pero no hay más noticias fidedignas de esa práctica.

De todos modos, el paseo por la tabla -aunque sólo sea un hecho legendario- nos ofrece una imagen muy adecuada de nuestra situación como electores. Sea quien sea el ganador de estas elecciones, los ciudadanos estamos destinados a ser paseados por la tabla, con las manos atadas y los ojos vendados, mientras los tiburones se apelotonan bajo la quilla del barco. Gane quien gane, se nos impondrán recortes y sacrificios y tendremos que aceptar unos servicios públicos más precarios y un empobrecimiento generalizado de nuestras condiciones de vida. Y la razón es sencilla: nuestro país está en manos de esos acreedores a quienes llamamos mercados, porque esos acreedores son los únicos seres de este planeta que están dispuestos a dejarnos el dinero que no tenemos. Y si alguien quiere pagar las nóminas de los empleados públicos y los recibos de la luz de las dependencias oficiales, tendremos que seguir pidiendo dinero prestado. Y los mercados -es decir, los piratas- seguirán empujándonos por la tabla, mientras los tiburones se aglomeran bajo el barco a la espera de su botín.

Y en cierta forma, ése es también el destino que le espera al político que gane las elecciones de mañana. Le guste o no, tendrá que gobernar con las manos atadas y sobre un abismo infestado de tiburones, aunque al menos él podrá llevar los ojos destapados cuando tenga que tomar unas cuantas decisiones -muy pocas- sobre el panorama que tiene delante. Porque el ganador deberá decidir dónde corta y en qué medida hace esos recortes, y a quiénes afectan más y a quiénes afectan menos. Pero cortar, tendrá que cortar, así que yo no me haría muchas ilusiones: todos estamos en la tabla colgada sobre la borda. Y abajo sólo hay tiburones.

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