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La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Pedro Morales

De quien regaló a la Macarena una de sus cinco marchas clásicas no puede decirse "que en gloria esté". Lo está. Seguro

Sólo cinco personas cada año viven en esta tierra un reflejo, sólo un reflejo, de lo que el maestro Pedro Morales vivió ayer en plenitud, hacia el mediodía, cuando se apagó el último de los muchos días que ha vivido. Spínola no arbitró la venia para poner paz entre las dos cofradías que resumen y representan toda la Semana Santa. Lo hizo por motivos pastorales, para que cinco personas, cada año, vivieran y después contaran a todos lo más parecido que existe en esta tierra al tránsito de las almas del tiempo a la eternidad, de la vida mortal a la gloria. Una puerta cerrada, tres golpes y la Esperanza que se aparece en su altar de terciopelo, oro y fuego; rodeada, como si fueran las almas bienaventuradas, por una multitud vestida con túnicas y capas blancas. Esta es la lección suprema que Spinola regaló a Sevilla con la venia: morir es llamar a las puertas del Cielo para que las abra esa divina partera de las almas que es la Esperanza.

Somos hijos de Tomás. Por suerte o por desgracia no nos dirá el Señor "dichosos los que no vieron, y sin embargo creyeron", sino más bien nos preguntará lo que a Tomás: "¿Porque me has visto has creído?". Pues sí, Señor. Muchos de nosotros no podemos dejar de creer en ti, aunque sea a trancas y barrancas, porque te hemos visto, no solo, pero sí sobre todo, en el Señor del Gran Poder. Y creemos en la resurrección de los muertos porque nos lo ha dicho la Esperanza Macarena una mañana de Viernes Santo. Y aunque nuestra fe se tambalee, no podemos negar que hemos visto lo que hemos visto y oído lo que hemos oído.

Por eso sé que más o menos, tal y como las limitadas palabras pueden decirlo, así debieron ser las cosas. Llegó don Pedro Morales ante la negra puerta cerrada que tanto pavor nos da. Pequeñito, modesto, tímido, porque así era este gran músico militar y mejor persona. Y no hizo falta que llamara. Al son de su Esperanza Macarena se abrió la puerta de par en par y, aunque sea imposible imaginarlo, vio y sintió algo infinitamente más hermoso y más glorioso que lo que cada Madrugada ven y sienten cinco nazarenos de ruán: la apertura de las puertas del Cielo. De quien le regaló a la Macarena una de sus cinco marchas clásicas -las que ponen en música lo que sentimos cuando la vemos y lo que vemos cuando la sentimos- no puede decirse "que en gloria esté". Lo está. Seguro. Lo escribió San Pablo a los armaos, es decir, a los romanos: "la Esperanza no defrauda".

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