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Un día en la vida

Manuel Barea

mbarea@diariodesevilla.es

"Peligro. Caídas"

En la ciudad desperfecta nadie, ni el más precavido, está a salvo de un jardazo y el consiguiente baldamiento

Sabemos, porque salta a la vista, que hay zonas en la ciudad -en ésta y en todas, no es una característica única y especial de la nuestra- en la que no es un decir eso de que hay andar con pies de plomo y con cuatro ojos. O mejor, no pisarlas, aunque sea una pena no poder hacerlo cuando apetezca porque, sencillamente, su aspecto agreste y el feísmo que se ha apoderado de ellas nos hagan dar media vuelta. No se trata necesariamente de esos lugares que llamamos barrios degradados o en decadencia, zonas de riesgo y hasta peligrosas de las que preferimos tener noticias de su índices de delincuencia a través de la estadística oficial o, como mucho, mediante la traumática experiencia de terceros. No, no se trata aquí de esa inseguridad ciudadana. Se trata de esa otra a la que todos estamos expuestos y que cualquiera puede experimentar en sus propias carnes y huesos en éste o aquel barrio, noble o plebeyo, residencial o lumpen, adinerado o pobre. Y no tiene nada que ver con la amabilidad ni la irascibilidad de los vecinos.

Es la inseguridad de la ciudad desperfecta. La que esconde peligros. O los enseña tan descaradamente que terminan por pasar desapercibidos hasta que se cobran su víctima. Nadie, ni el más precavido, está a salvo de un jardazo y el consiguiente baldamiento.

Este periódico publica hoy el coste para las arcas municipales de esa voracidad: durante el primer mandato del alcalde Juan Espadas hubo que sacar de la hucha del Ayuntamiento 1,5 millones de euros para hacer frente a indemnizaciones por los accidentes de ciudadanos provocados por el mal estado del pavimento, losas sueltas, agujeros en aceras, bolardos rotos y otros desperfectos en la vía pública. ¿Es mucho o poco dinero? ¿Entra dentro de los parámetros normales de una ciudad con las características y la extensión de Sevilla? ¿Son muchos o pocos esos accidentes causados no por el despiste del viandante, el factor humano, sino por una instalación defectuosa o una secular avería o un socavón sin detectar ya sea en la Avenida de la Constitución o en la calle Cofia?

Cierto: no hay que sacar las cosas de quicio. En una gran ciudad como en la que vivimos esto forma parte de la cotidianidad, pero sus gobernantes deben esforzarse por convertirlo en algo extraordinario. En la información aludida (págs. 2 y 3) se indica que no sólo ha disminuido la cantidad destinada a hacer frente a esas sentencias, sino que han aumentado las partidas para la reparación de calles. Es de esperar que así sea.

Y una sugerencia: dediquen todo lo que puedan, y más, al acerado de Torneo, junto al río. O de lo contrario señalicen la zona: "Peligro. Caídas".

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