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francisco / andrés / gallardo

Penny, Penny

AMY Farrah Fowler. Ése es el personaje que salva por los malos pelos actualmente a Big Bang. Nuestra Blossom, Mayim Bialik, debería ser la que ganara un millón de dólares por capítulo y no los petardos de Leonard y Penny. Sheldon también se lleva un millón por semana pero al menos sus distantes relaciones físicas con Amy generan algo de combustible fósil en una comedia que tras el Big Bang de hace ocho temporadas va apagándose como una enana blanca errante. Es como si el dinero acelerara la combustión del tiempo. Que lo investigue algún Einstein que haya por aquí mismo.

A Big Bang le falla toda la química en esta octava temporada y los recursos para animar la carga iónica se buscan en el vendedor de cómics, amante de la madre en off de Howard, o una imposible novia de Raj: intentos casi desesperados por crear electricidad en el plató. La serie de la CBS, como una galaxia lejana, la seguimos viendo repetida en Neox como imágenes del pasado remoto, de los buenos tiempos de los apartamentos de Pasadena, pero en Estados Unidos y en España en TNT (los viernes) nos llegan sus entregas cercanas: pasarela de actores durante veinte minutos con poco que hacer y diciendo cosas que ya les hemos escuchado.

A Kaley Cuoco, a Penny, le han cambiado el peinado y así tiene para unos cuantos chistes: es lo único realmente novedoso de una octava temporada, comenzada a trompicones por las exigencias millonarias, que está resultando más fláccida de lo que sospechábamos. Cuando el pelito de Penny se convierte en lo más destacable de un capítulo es para dar por muerta a una comedia que nos divirtió mucho.

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