La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

Pepe Castro, el éxito pendiente de perdón

Algunos, cuentas aparte, no han soportado un gran palmarés deportivo sin trajes caros ni códigos civiles en el despacho Pagar antes de elogiar... en Sevilla Las bolsas de basura que viajan en coche Sevilla necesita el tiempo ordinario

José Castro.

José Castro. / Juan Carlos Muñoz (Sevilla)

En la inmensa mayoría de los casos sería inimaginable que el presidente de un club de fútbol dejara el cargo según lo pactado años atrás para pasar a ser el número dos de la misma sociedad. El fútbol está condicionado no sólo por los dineros desde que entró en vigor la legislación de sociedades anónimas deportivas, sino por una clase dirigente marcada por la soberbia y un forofismo irresponsable. José Castro dejó la presidencia del Sevilla las pasadas fiestas tras un período de incontestable éxito deportivo (no hay quien iguale el palmarés de nada menos que cinco títulos europeos). Ningún final suele ser suave cuando los mandatos son largos: ni el de los presidentes del Gobierno, ni el de los arzobispos, ni el de los alcaldes, ni el de un respetable presidente de una junta de propietarios. Castro ha roto muchos huevos para hacer las mejores tortillas. O, al menos, las que nunca antes nadie había logrado cuajar. La impresión final que nos queda a no pocos aspirantes a meros observadores es que su humildad le ha jugado en contra, el no darse importancia, el no revestirse de oropeles blanquirrojos, el seguir frecuentando la misma peña sevillista y continuar pronunciándose en el mismo chat como si no fuera el presidente. No ha usado los códigos del cetro y la corona, como cuando el Sevilla aterrizaba en un destino europeo y no tenía preparado con quién almorzar e iba telefoneando a los amigos para sumarse a alguna reunión. No le han perdonado ser presidente, no terminar de ajustarse bien la altura de la pala de la corbata y triunfar con su estilo de vecino sencillo de Utrera. Y le han hecho sufrir mucho con el desprecio y el ninguneo.

Doctores tiene la Iglesia para fiscalizar y juzgar las cuentas, pero en demasiadas ocasiones hemos olido un tufo a desprecio y hemos percibido una rabia incontenida porque la supuesta chacha había salido respondona y resultaba que le sentaba el visón casi mejor que a la señora de la casa. No es el mundo del fútbol un cenobio de hábitos blancos, sino un tablero donde manda el dinero revestido con pasiones con diferentes grados de pureza. Unas características que no impiden percibir que quienes querían que Castro fuera el asistente teledirigido, el hombre de paja o el camarero con pajarita, hayan intentado segarle los pies por un estilo personal sin glamour y un despacho sin códigos civiles. La figura de Castro necesitará el paso de los años para ser valorada con rigor y sin rencores. Su caso es singular no sólo en el Sevilla, sino en el fútbol nacional. No lo atacaron por el sueldo, sino por ser el hombre de pueblo que con la corbata corta y el cuerpo de pera logró más títulos que nadie.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »