La ciudad y los días

carlos / colón

Populacho de calle y de despacho

ME da igual que sea la Pantoja o la Infanta: los imputados y los acusados tienen derecho a asistir a los juzgados sin ser convertidos en fenómenos de feria por los medios y ser increpados por el populacho. Según la RAE el populacho es una multitud en revuelta o desorden o la parte ínfima de la plebe. Plebe y populacho no tienen hoy, afortunadamente, connotaciones de clase; aluden a comportamientos, se pertenezca a la clase social que se pertenezca.

Esta es la verdadera conquista democrática que cumplió la antigua aspiración cervantina de que cada cual fuera hijo, no de su linaje y de su sangre, sino de sus obras. Según se actúe se es ciudadano o se es populacho. Y quienes se apelotonan en las puertas de los juzgados para insultar, increpar y hasta escupir y tirar de los pelos si la distancia se lo permite, son populacho. Hasta en el caso de los asesinos que han confesado delitos horrendos produce repugnancia ver a la bulla gritando e insultando. Actúe la justicia. Y punto. Toda otra cosa es una forma atenuada o virtual de linchamiento, según se trate del populacho o de los medios.

Pero hay un matiz importante. Como escribió la periodista Gabriela Cañas hace casi justo un año: "Parece como si la sociedad española hubiera sufrido una terrible regresión, como si la increpación pública y los modos groseros fueran la única herramienta para perseguir a los que presuntamente han saqueado las arcas públicas". Pero añadiendo: "No son los que increpan, sino la mayoría de los increpados los que han fomentado la antipolítica, la injusticia y la irresponsabilidad. Combinan el inmovilismo egoísta y antipatriótico con graves llamamientos al sacrificio de los demás". Y concluyendo: "Asentarán así el sentimiento de muchos de la necesidad de desahogarse con la bronca callejera y la pena de telediario por si acaso es la única que finalmente cumplen. Si la política se ha convertido en sus manos en un espectáculo grotesco, al menos que sirva de pasto para el pueblo. ¡Qué peligrosa deriva!".

La sensación de creerse impunes con la que tantos -banqueros, empresarios, políticos, sindicalistas, jueces, dirigentes del fútbol o familiares de la Casa Real- han actuado y la asombrosa ola de corrupción que nos arrolla desde hace años no justifica, pero sí explica, la increpación y la grosería. No sólo hay populacho en las calles, también en todos los ámbitos de poder e influencia.

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