Puntadas con hilo

María José Guzmán

mjguzman@grupojoly.com

Prudencia y otras virtudes

Es necesario predicar con el ejemplo y dudo que las seudofiestas de primavera ayuden

La prudencia es una virtud y exige valentía, aunque haya quien defienda que quien no arriesga siempre un poco es un cobarde. La pandemia nos lo recuerda continuamente: la prudencia demuestra talento y sabiduría, es la madre de la ciencia, dice el refrán y no hay uno que no sea verdadero tal y como advertía Don Quijote. Y la prudencia en estos tiempos se revela como una de las armas más poderosas para salvar vidas. Hay héroes que llevan un año en primera fila jugándose la suya para salvar la de los demás y merecen todo el respeto y admiración del mundo. También hay otros que combaten con fortaleza y se defienden del virus desde otras trincheras, la de evitar los riesgos contra toda la nostalgia y el dolor que produce un largo año sin abrazos y encuentros. Éstos no siempre gozan de la misma consideración, es más, incluso son señalados como sospechosos de contribuir al parón de la economía y a evitar que la vida continúe, como si ello estuviera de sus manos. La paciencia es otra virtud, pero algunos de éstos han decidido rebelarse y romper su silencio con denuncias en las redes y en los teléfonos de emergencias advirtiendo de conductas imprudentes que ponen en riesgo a todos.

Mantener el equilibrio es muy complicado, pero actuar con prudencia te hace ser feliz o, al menos, vivir con la tranquilidad de que no sólo se está haciendo lo correcto, sino que además esa moderación contribuye al bien y la dicha de otros. Eso es mucho. Todas las opiniones son respetables, ésta también. Si todo pensaran así no sería necesario restringir a golpe de decreto.

¿Y frenaría eso la marejada? No estoy segura de ello, pero sí de que, a pesar de las escasas certezas que proporciona esta crisis, esa prudencia merece y seguiría mereciendo la pena. El Covid-19 hace meses que dejó de ser algo lejano y desbordante que dejaba muertos en Madrid y más arriba. Y, a pesar de ello, ya no causa el mismo respeto, muchos le han perdido el miedo y ya no están dispuestos a sacrificarse en vida para, paradoja, evitar perderla. Resulta difícil y duro intentar comprender ciertas actitudes cuando ahora los muertos por coronarivus tienen cara, nombre y parentesco en Sevilla. No es justo que otros paguen las consecuencias de una fiesta, en privado o en la calle, sin seguridad.

Prudencia sería predicar con el ejemplo, conducta cristiana además. Y tengo dudas de si esta Semana Santa diferente que llena las calles incita a los menos fuertes a pecar de imprudentes y olvidarse, en ese ensueño de primavera y pasión, de las limitaciones. E incluso temor a que esa otra Feria que se prepara trunque las expectativas de los pocos optimistas que quedan a estas alturas. El debate no es si esta seudoferia es más o menos filomalagueña, sino si es prudente.

A pesar de todo, hay quienes no han perdido la fe en que las vacunas inmunicen a la mayoría de la población en unos meses, ni la esperanza en que los gobiernos actúen con más diligencia. Es sabido eso de que contra el vicio de pedir está la virtud de no dar. No nos cansemos de exigir prudencia. Nos va la vida, la de otros y la nuestra, en ello.

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