Seña de identidad indispensable para identificarse con la Semana Santa es el intimismo, eso de encontrarse de vez en cuando con una escena para el disfrute interior. Recuerdo mi primera Madrugada de la mano de mi padre viendo salir el Silencio frente por frente a San Antonio Abad en calle General Moscardó, hoy Silencio. Estábamos bajo los naranjos unas treinta personas y justo al lado del cantaor que le rezaba a la Cruz de Guía por seguiriya. Era una Semana Santa para uno mismo, nada que ver con esta masificación de ahora, con estas bullas de ahora, encontronazos incluidos y malos modos para repartir. ¿Estaremos muriendo de éxito? No sé, pero esta masificación desvirtúa la celebración en tal medida que hace que no se parezca en nada a lo que nos subyugó cuando andábamos abandonando el cascarón.