la tribuna

Luis Humberto Clavería Gosálbez

Recetario para el momento presente

HAY momentos decisivos en la Historia de un país o incluso de un continente: éste es uno de ellos. En Europa los estados-naciones se han quedado pequeños, la economía y las comunicaciones son globales pero las regulaciones no lo son, provocando todo ello un desajuste estructural; la fórmula jurídica "Estado" ya no se corresponde con la realidad, salvo que sea aplicable a conjuntos y territorios mucho más extensos que lo que denominamos "España" o "Francia"; hay "cosas" nuevas sin nombre que se corresponden con algo parecido a Estados que llamamos "China" o "Estados Unidos", pero los denominados Estados soberanos de Alemania o Italia son, en gran medida, ficciones.

En Europa el hecho de haber acordado una unión monetaria sin crear simultáneamente una unión jurídica ha provocado lo que estamos padeciendo. Probablemente el modo de arreglarlo consiste, simplificando mucho las cosas, en que, como apuntaba Rifkin, Alemania sea California, Italia sea Florida o España sea Illinois. Pero para eso Europa necesita un genio con visión de futuro y poder de convocatoria. Como no existe -y, si existiera, posiblemente no le dejarían actuar- y desde España no podemos provocar un efecto tan descomunal como sería la creación de los EEUU de Europa, deberíamos escoger una solución práctica para comenzar a solucionar nuestro problema básico: podemos tomar ejemplo del Derecho privado.

Estamos en un concurso de acreedores, siendo imprescindible convencer a éstos de que sólo cobrarán si no nos aprietan el cuello, pues si no nos dejan crecer exigiéndonos determinados intereses, no podemos generar fondos para pagarles, siendo conveniente recordarles que, si bien algunos de nosotros somos culpables de nuestra situación, antes de la crisis teníamos superávit y que ellos también son culpables del desaguisado. Reduciendo gastos y aumentando impuestos el Estado español incrementa la recesión, siendo evidente que, sin crecimiento, disminuyen también los ingresos públicos aunque aumenten los tipos impositivos, sencillamente porque casi nadie ejecutará los hechos imponibles; si los bancos se sanean sin prestar a las empresas ni a las familias, el motor se gripa; no lo digo sólo yo, lo dicen Stiglitz y Krugman y acaba de proclamarlo en Tokio el FMI que ahora descubre la pólvora.

Es necesario y urgente que nuestro Gobierno deje de limitarse a achicar agua y sujete los remos para salir del mar, señalando unos objetivos creíbles, explicando cómo y cuándo piensa provocar el crecimiento, además de decirnos que hay que ser competitivo, lo que, al parecer, consiste en estimular a los emprendedores expulsando a los trabajadores o explotándolos; si ello es imprescindible, dígase cuánto va a durar esta situación y cuándo se prevé que salgamos de ella; y, si el Gobierno no lo sabe, que propicie un pacto de Estado, como los de la Moncloa, pues, si bien la mayoría absoluta le faculta jurídicamente para estrellarnos, sugiero que tal vez no sea lo más prudente.

Y en esto llegó Fidel, en nuestro caso Artur Mas, que, en lugar de pedir disculpas por su gestión, pide dinero y, además, aprovecha la ocasión para otras reivindicaciones, aduciendo que la españolidad de Cataluña cuesta cara: me recuerda el president a aquel cónyuge que pide el divorcio cuando el otro cónyuge le comunica que un hijo acaba de sufrir un accidente. Sencillamente, no es el momento de hablar de ciertas cosas, salvo que se tenga la escuela de Hassan II a propósito del Sahara.

No obstante, cuando amaine el temporal, tal vez sea el momento de plantear en serio un asunto que colea desde mediados del siglo XVII en Cataluña y desde mediados del XIX en el País Vasco, siendo necesario a medio plazo plantearnos si queremos convivir con quienes carecen de interés en convivir con nosotros: como Escocia o Quebec, preguntemos, a lo mejor nos llevamos una sorpresa; en otra ocasión hablaré de los problemas constitucionales que esta cuestión suscita. Si pensamos de una manera acorde con el siglo XXI, el problema no consistirá en si vascos o catalanes quieren independencia o no (España misma no la tiene, ni Francia, la independencia es un tema tan actual como las Cruzadas), sino si la vinculación de Vitoria o Barcelona con Bruselas pasa o no por Madrid. De momento, si bien es un asunto que compete a los catalanes (¿sólo a ellos?), no creo que, si rompen abruptamente, les interese descolgarse de Europa, hundir un alto porcentaje de sus exportaciones y aumentar incontrolablemente sus gastos sólo para celebrar una independencia con escaso contenido real.

Yo, como español, tampoco disfrutaría con ese acontecimiento, pues admiro y quiero a Cataluña. Ahora bien, a medio plazo, si nosotros vamos a ser Illinois, podemos negociar que ellos sean Connecticut. En el último capítulo de nuestro querido Quijote, dice Cervantes que todas las cosas tienen su acabamiento; pues bien, eso que se llama España, Francia, etc., al menos en cuanto estructuras jurídicas autónomas, también. Recordemos que las naciones sólo son creaciones humanas, lo importante es el desarrollo, en un ámbito de libertad, de igualdad y de seguridad, de hombres y mujeres que viven, gozan, trabajan y sufren, siendo imprescindible organizar espacios para subvenir a las necesidades sociales; que ese espacio se llame Cataluña, España o Turquía es irrelevante.

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