La lluvia en Sevilla

Segunda primavera

Hay en el aire una vitalidad que, sólo de acompasarse bien, serviría de apertura y duraría todo el año

No me negarán que, en Sevilla, este otoño nos está quedando con hechuras de primavera. No lo digo únicamente porque en las macetas persistan algunas flores valientes, ni por las temperaturas cálidas que hemos sobrellevado, deseandito de sacar siquiera la colcha, hasta hace una semana. Me refiero sobre todo por la actividad humana: ritos y celebraciones que preferentemente se estilan desde los idus de marzo en adelante (procesiones, bodas, ferias, festivales…) se han trasplantado a octubre y noviembre y han agarrado con ganas. Reconozco que tanta efervescencia a mí me agobia y que cada cosa la prefiero no sólo a la medida humana, sino también al compás humano, que sin duda va a menos revoluciones que la factoría de los eventos y de toda máquina de hacer billetes. Antier, mi compañero de página Javier González-Cotta, que usa la estilográfica a modo de pincel, pintaba otro aguafuerte de estos días azules: el Gran Poder (El Retorno), los grandes festivales de música y cine, carreras, el derbi… Y se quedaba corto; si sumamos eventos de entidades privadas, ciclos bajo techado, la Feria del Libro Antiguo y las presentaciones de libros escritos durante la pandemia (que amenazan con ser la pandemia de la pospandemia), nos encajamos en abril sin haber conseguido sacar una tarde de pijama, molicie o silencio. Y eso sin contar las grandes citas del calendario consumista, rollo Black Friday y el Nosequé Monday… La vida, dijo aquel, es eso que pasa mientras tú petas la agenda.

A pesar del jartible frenesí y la sobreexcitación, este otoño realmente retoñado, vigoroso, nos ha traído estampas bien felices. No sé qué dirán los balances, pero así, a ojímetro, podría jurar que hemos vivido una Feria del Libro de Sevilla la mar de agradable. No sé si ha sido la fecha o las ganas del público o todo junto, pero da la sensación de que la ciudad se ha acercado más y mejor a la cita. Trasplantarla definitivamente al otoño, ¿sería razonable?, ¿o todo esto no es más que un espejismo?

Hay en el aire y en el ánimo una vitalidad primaveral que, de acompasarse bien, serviría de alivio y apertura, y podría durarnos todo el año. Pero, al igual que aquellos gallegos que temían -cuenta prodigiosamente Quico Cadaval- que el día del velorio se les cayera la casa encima debido a tanta actividad y afluencia, en ocasiones siento que Sevilla a menudo está tentada a asomarse a su propio límite, que corre el riesgo de morir de éxito o derramarse o ser estruendo o resentirse por fatiga de materiales. De cómo hacer ciudad sin desacompasar el ritmo que en cada momento le es propio, o lo que es lo mismo, siempre en provecho de una ciudad habitable y no para el desgaste o saturación o gentrificación de la misma, queda mucho por meditar y decir.

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