¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Sevilla: Invicta y 'pringá'

Por un bombardeo parecido, Barcelona sigue sacando tajada de los PGE. Sevilla, nada de nada

Hispalense paradoja es que Sevilla le dedique uno de sus espacios más céntricos, la Plaza del Duque de la Victoria, al general Espartero, quien ordenó su bombardeo allá por 1843 tras la sublevación de la ciudad por los excesos autoritarios del regente. De aquel guirigay quedan como recuerdo dos granadas incrustadas en los muros del caserío: una en el asador de pollos de San Esteban y otra en la casa de Miguel Mañara. También un azulejo en la azotea de la antigua Fábrica de Tabacos, que exhibe ese monumental desprecio por la ortografía de nuestros antepasados: "… cayó y rebento una bomba en este sitio…". Sobre Sevilla llovieron 606 bombas y 900 balas rasas, especialmente en su sector oriental (San Bernardo, la Calzada y puertas de la Carne, Carmona y Osario...), pero la urbe no se rindió y la fogosa Isabel II le concedió el título de Invicta. Por un bombardeo parecido Barcelona todavía saca suculentas tajadas en los Presupuestos Generales del Estado, pero aquí llevamos años mendigando por los túneles de la SE-40 o las ampliaciones del Museo de Bellas Artes y el Metro... y nada de nada. Invicta y pringá, habría que añadir.

A la plaza del Duque de la Victoria, título ganado por Espartero en las Guerras Carlistas, los sevillanos siempre le han acortado el nombre para llamarla, sencillamente, "del Duque". Pero no por venganza, sino porque de esta manera se le nombró siglos antes del nacimiento del general ayacucho, cuando allí se levantaba orgulloso el palacio del Duque de Medina-Sidonia y se celebraban justas y festejos de toros. Del antiguo esplendor del lugar apenas queda nada. En distintas épocas fueron desapareciendo sus caserones, no sólo el ducal, sino también la iglesia de San Miguel, el palacio de los marqueses de Palomares, la tarta neo de los Sánchez-Dalp, el colegio Alfonso X o la mansión de los Cavalieri, de la que sólo queda su portada barroca embutida en ese edificio de dudosa estética que fueron los almacenes Lubre. Mucho más dañina que las baterías de Espartero han sido el paso del tiempo, la avaricia inmobiliaria, la moda de los grandes almacenes y el monumental desprecio por el patrimonio histórico.

Pese a su condición de Invicta y pringá, Sevilla, sin embargo, se guardó una última revancha contra Espartero. En la plaza no colocó la estatua ecuestre del prócer liberal -una de esas con exceso de testosterona tan caras al refranero macho español-, sino la realizada por Susillo de Velázquez, que pincel en mano, sobre el pedestal que le diseñó Talavera, busca sin lograrlo algo que pintar en aquel catálogo de adefesios arquitectónicos y puestos anodinos de falsos hippies. ¿Y para esto vencimos al señor duque?, parece decir.

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