La Sevilla de Ricardo Suárez

Los intereses estéticos y ciudadanos del pintor quedan plenamente al descubierto en su muestra ‘Vanidades’

Hace casi dos años, en una de sus reveladoras entrevistas dominicales en estas páginas, Luis Sánchez-Moliní nos presentó al pintor y escultor Ricardo Suárez, sevillano criado a la vera del Guadalquivir, uno de los motivos recurrentes de su pintura. Suárez dejó los estudios de Medicina para dedicarse a su pasión, sin saber entonces que estaba llamado a dar testimonio crítico con los pinceles de una de las transformaciones más radicales sufridas por su ciudad.

El gran conductor que es Sánchez-Moliní, tras algunas preguntas que ayudaban al lector a situar al personaje –su formación en Sevilla y Roma, la deuda con Carmen Laffón o Joaquín Sáenz, el vínculo estrecho pero no exento de polémica con el mundo cofrade–, aprieta el acelerador:

–“A usted se le ve a caballo entre la Sevilla rancia y la moderna, valga el tópico dualista.

–Yo me veo como una persona de la ciudad, a la que le gusta observarlo todo, desde lo más rancio hasta lo más moderno. Intento ser una persona libre, por lo que pago todos los días mi cuota. Nunca renegaré de la ciudad, como hacen otros para estar en la pomada. Eso sí, al final me quedo con lo que verdaderamente me interesa”.

Los intereses estéticos y ciudadanos de Ricardo Suárez quedan plenamente al descubierto en su muestra Vanidades, presentada en la Fundación Cajasol el pasado martes. Sevilla es la gran protagonista, y sobre ella dirige el artista una mirada tan ácida como tierna, tan piadosa como irreverente, tan compleja como eficaz en sus mensajes, siempre presente el humor. Sema D’Acosta, comisario de la exposición, resumió muy bien su sentido final: “revisar el imaginario sevillano, mezclando sus tradiciones de pasado y presente”. Bien hallada esa fórmula de tradiciones del pasado y tradiciones del presente, pues no creo posible otra ciudad con tal capacidad para hacer del presente tradición.

Decía que Sevilla está sufriendo una de las transformaciones más radicales de su larga historia. No sólo por la irrupción de unos conceptos urbanísticos y arquitectónicos difícilmente compatibles con su imagen y espíritu, por algo más hondo. La ciudad se encuentra inerme, desamparada, ante una transformación mucho más amenazante que lo fuera en su momento la irrupción del automóvil, la forzada por el turismo de masas. La mera tradición castiza no basta para que Sevilla pueda sobrevivir y Ricardo Suárez nos lo hace patente.

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