La lluvia en Sevilla

Sevilla la nueva

Otro modelo de ciudad que pase por ser una Sevilla con sevillanos, es posible. Y necesaria

Cuando tecleo Sevilla en blablacar para indicar el origen del viaje, la máquina me da la opción de pulsar una localidad llamada Sevilla la Nueva. Aunque al final siempre pincho en Sevilla a secas, el apelativo de la otra me da cuerda para pensar en nuestra ciudad actual y futura. Nuestra Sevilla la nueva sueña despierta con la referencia de la que antes fue (por “antes” entiéndase cualquier tiempo pasado, sea el 92, su reverso el 29 o el siglo XVI), y mantiene viva, incluso revitalizada y mutante cierta sustancia que la hace, si no única, sí al menos digna de ver. El histórico e insistente empuje y desplazamiento de las gentes de Sevilla, en nombre de un falso progreso o del boom inmobiliario, no ha conseguido del todo deselectrificar la vida de este lugar. Eso sí, no busques a Sevilla en su centro; la hallarás herida, si no muerta de éxito. En las últimas décadas, la gentrificación del casco histórico ha avanzado a grandes bocados.

Lo pensaba ayer mientras buscaba allí, yendo de un asunto a otro, un lugar donde tomar algo rápido y más o menos sano. Bastantes tabernas han mutado en una suerte de pastelerías de colorines que venden trozos de tartas de arándanos, y muchas heladerías italianas. A falta de unas espinacas con garbanzos despachadas sin complicación y a un precio razonable, acabé en un supermercado exprés haciendo cola tras muchos turistas hasta pagar un sándwich de atún. Me lo comí soñando con irme el viernes a la Velá del Cerro.

No es nuevo que Sevilla tenga dos partes bien diferentes, pero una pone a la otra cada vez más lejos, o la pega a la pared. Este desplazamiento supone un desafío de primer orden para la ciudadanía, pues si las viviendas mutan en apartamentos turísticos, los vecinos en visitantes y las plazas públicas en veladores reservados (¡y a qué precio!), no quedará nadie para defender el barrio y su vida frente a los desmanes de la Administración, la turistificación y la usura. No culpo –faltaría– a quienes se van porque no pueden aguantar en su barrio, sito en un casco mutado en cascarón; digo que esta es la realidad. La tarde del pasado agosto que en Triana nos juntamos para celebrar que el Ayuntamiento al fin dio –tan difícil no era–una solución al ficus sano, vivo y centenario de San Jacinto, que en vez de cuidar quisieron arrancar de cuajo, la abogada Lola Rumi nos explicó la importancia de contar con asociaciones vecinales en el barrio, capaces de movilizar y hacer valer sus intereses ante quien haga falta. Leo en este su diario que, el miércoles que viene, 40 entidades vecinales se manifestarán contra “la muy turistificada, muy sucia y muy barificada” Sevilla. Otra ciudad presente y futura, que pase por ser –con la venia, don Antonio– una Sevilla con sevillanos, es posible. Y necesaria.

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