¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Un nuevo héroe nacional (quizás a su pesar)
Los poetas que no lo son presumen, causándonos gran bochorno, de no leer a sus coetáneos para no dejarse influir. Hay que hacer todo lo contrario, leer mucho al de al lado, copiarse incluso. Mírenme a mí, que le voy a sisar, de un tirón seco, a mi vecino de página Rafael Castaño, la idea de su columna de la semana pasada. En buena parte del artículo hablaba de la Sevilla que sale en sus sueños, cosa que me entusiasmó, pues gozo (y padezco) de una intensa actividad onírica que no comparto cuanto quisiera por temor a que me tomen por majara. No sé, quizá usted también sueña con Sevilla; quizá en sus sueños también andorrea por la ciudad delirada; quizá seamos legión, una auténtica comunidad de soñantes. Podríamos organizar una quedada, como las que montan los onironautas, en el Altozano del inconsciente.
La Sevilla que sueño tiene una Torre Eiffel –mitad Giralda de hierro, mitad puente de Triana– desde cuyo campanario es posible chapotear en el río. La Plaza de San Francisco es intensamente dorada y todas las calles que parten de ella desembocan en plazas de Roma. Las dolorosas duermen en el zaquizamí. Tras la Giralda hay montañas nevadas, Pureza es una cuesta con un dique en Troya. Esto es lo que más me impresiona de mi Sevilla en sueños, su ansia de verticalidad; en ella hay distintas alturas. Uno de sus barrios altos es un lugar amurallado y alucinante, que nunca he visitado, y que descubro siempre, por vez primera, en cada sueño. Unas veces, ese lugar se parece, pero puesto en alto, a la vista de Santa Cruz desde los jardines de Murillo; otras, esa ciudadela se esconde tras San Laureano. Cuando penetro en ella, confirmo el prodigio: en sus calles reconozco lo que descubro. Me resulta insuperable la sensación de ver por primera vez un lugar que, a la par, conozco como la palma de mi mano. Tal es la sensación y verosimilitud, que he llegado a pensar que acaso esa parte ansiada de ciudad existe. Y lo más flipante es que en mis paseos en vigilia (por esa zona, por San Bartolomé, por San Julián, por el Cerro…, y al entrar por primera vez en algunas fincas con jardines o calles interiores), la he encontrado de veras, y he sentido a la vez asombro y cobijo ante la maravilla recién descubierta y tan amorosamente mía.
En estos tiempos del Chat GPT me topo con estampas alucinadas de Sevilla realizadas por Inteligencia Artificial: la Giralda en una especie de Venecia, nuestras calles en plan futurista a la par que mozárabe… Es como si esas imágenes se empeñaran en demostrar que las máquinas han superado el ingenio de los seres humanos. Este es relato que, de ahora en adelante, vamos a escuchar a todas horas. La máquina crea Sevillas imposibles, pero no necesita asombrarse y, a la par, cobijarse en ellas, ni son como la mía.
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