Un día en la vida

Manuel Barea

mbarea@diariodesevilla.es

Suciedad anónima

La suciedad de la ciudad, o la falta de limpieza, como se prefiera, es un asunto recurrente de cronistas y de políticos y de ciudadanos en general cuando nos resulta aburrido, cansino, vulgar -en fin, una pérdida de tiempo- tratar sobre personas (siendo éstas las que causan la suciedad o, como se prefiera, provocan la falta de limpieza). Además, es menos comprometido -parece- conversar sobre la cochambre que sobre los seres humanos que la producen. Se habla de la mierda como un ente, como una suerte de octavo pasajero que se nos ha colado en la nave no se sabe muy bien cómo ni por dónde ni por qué. Está aquí, entre nosotros, la olemos, la pisamos y algunos hasta llegan a comerla -unos sin saberlo al creer que bajo el envasado al vacío hay un manjar cuando lo que hay es veneno y otros voluntariamente porque el hambre es lo peor que hay y no les queda otra tras encontrarla en los contenedores hacinados-, y aún así hacemos lo que sea por referirnos a ella como un agente externo, algo que se ha gestado en otra dimensión y ha venido a parar a la nuestra, invadiéndonos, apoderándose con todo su poder nauseabundo y corrosivo de NUESTRAS calles, plazas, alamedas, parques y jardines.

El posesivo con mayúsculas no es un capricho. Nos gusta tener cosas. No hay nada como sentirse propietario. Así que también -no son pocos los que lo hacen hasta ufanándose- nos creemos que la ciudad nos pertenece: mi ciudad, mi barrio, mi calle. Y como dueños que somos podemos hacer lo que nos plazca. Y si ensuciamos y causamos desperfectos, daños y averías lo hacemos con el desahogo que nos da saber que alguien -que también creemos a nuestro servicio- lo reparará y lo limpiará todo.

Al Ayuntamiento hay que exigirle a viva voz y con toda la contundencia un uso óptimo de los recursos, y como ya se ha hecho desde estas páginas, hay que conminarlo a que, además, los reparta y los redistribuya: está muy bien que la Plaza Nueva esté impoluta, y sin necesidad de pamemas como la del portavoz del PP, Beltrán Pérez, pasando la aljofifa a una baldosa. Pero la del Zurraque también. Y los ciudadanos tenemos todo el derecho a afeárselo, sea cual sea el partido político que esté en el poder municipal, si no lo hace y deja que la ciudad también sea el destino turístico favorito de las moscas. Pero hay que hacerlo sin olvidar y teniendo muy en cuenta que en esta ciudad que ronda los setecientos mil habitantes -tiene 688.711 empadronados- toda esa mierda esparcida por ahí, en cualquier sitio, de norte a sur y de este a oeste, en calles, plazas, alamedas, parques y jardines no es basura espacial que ha caído del cielo. Es NUESTRA. La hemos dejado ahí nosotros.

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