¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Tortura acústica en la Avenida de la Constitución

Sevilla, hoy por hoy, no sólo es una ciudad sucia, sino también ensordecedora, la capital del sonotone

Una ya vieja imagen de la pleamar de la Avenida de la Constitución.

Una ya vieja imagen de la pleamar de la Avenida de la Constitución. / DS

ENTRE los inventos satánicos de la modernidad destacan el motor de explosión y la amplificación electrónica del sonido, sobre todo en su versión bafle portátil para uso de espectáculos callejeros públicos y privados. Alfredo Sánchez Monteseirín, profeta adelantado de la Agenda 2030, libró a la Avenida de la Constitución del primer mal. La deforestó de sus frondosos plátanos y la replantó de bonsais de naranjos, pero a cambio la liberó del rugido de Tussam. Sin embargo, como efecto colateral y tardío, han surgido en los últimos tiempos un centón de artistas callejeros que no se contentan con cantar al viento sus rancheras, bulerías y rocanroles a pecho limpio, sin más ayuda que una guitarra vieja y los pulmones, sino que, un tanto tramposos, se ayudan de esos bafles que, sumados uno detrás de otros, han convertido a la Avenida de la Constitución en una suerte de Calle del Infierno Lineal.

Uno no pretende ser Gustav von Aschenbach paseando su depresión por una Venecia crepuscular y aún sin turistificar, pero al menos pediría no estar sometido a un tour de desmanes acústicos cada vez que, por absoluta necesidad (no se me ocurriría de otra forma), tengo que transitar esa raya del horror que es hoy en día la Avenida de la Constitución. ¿Exageraciones de plumilla rencoroso? Puede, pero prueben un sábado y vean o, mejor dicho, escuchen. Empieza la aventura con un flamenquito crepuscular y decibélico en la Puerta de Jerez, con zapateos que parecen ejecutados por un polifemo agitanado; continúa en la Moneda con un epígono de Operación Triunfo, que no para de proferir alaridos como prueba de su talento; sigue con el mercado de belenes del Archivo de Indias que, aún en noviembre, anuncia la Navidad con su megafonía triste y afónica; poco después llega el muy gracioso señor de los sustos a base de pitidos, que tiende celadas a los peripatéticos y que, más de una vez, consigue que a su pobre víctima se le escape despavorido el corazón por la boca seguido de sus maltrechas coronarias, mientras un corro de gañanes de varias nacionalidades ríe a mandíbula batiente; posteriormente llegan el charro, el gaitero, el rockero, el caricaturista que se sienta sobre un altavoz de reguetón... Y cuando el desgraciado peatón llega, finalmente, a la Plaza Nueva, ya completamente teniente, le espera el fin de fiesta de unos cómicos que, por supuesto, llevan a cuestas su propia banda sonora debidamente amplificada. Aún le quedará la calle Tetuán y la música cubatera que sale de la terraza de uno de esos hoteles que son la salvación de la ciudad y el hundimiento de sus vecinos.

Sevilla, hoy por hoy, no sólo es una urbe sucia, sino también ensordecedora, la capital del sonotone y la trompetilla. Hemos pasado de ser la “ciudad de la ópera” a la city del “bafle loco”. Suma y sigue.

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