Se había hecho la alta madrugada, el gallo había cantado tres veces y la Esperanza guapa y morena se movía por encima de una multitud que la adora. Triana en estado puro desde que abandonó Sevilla antes de lo previsto para que el tiempo se le parase tras cruzar el puente. Urgida por la autoridad y sin costarle trabajo alguno, la Esperanza celebraba sus seiscientos años con su gente de toda la vida, ya a favor de querencia y con los relojes parados. Si una eternidad duró el discurrir por el puente, el Altozano fue como el pórtico de la gloria, léase Triana. Sumergirse en ese océano humano que serpenteaba de San Jacinto a Rodrigo de Triana bien que había merecido la pena. Hay quien se queja con razón de que Sevilla abusa de procesiones y que eso es del gusto de todos, pero es que esto no era una procesión más, ni mucho menos, era Triana revestida de gloria.
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