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Puntadas con hilo

María José Guzmán

mjguzman@grupojoly.com

Turismo sostenible de verdad

La calidad perseguida se debería imponer igual en el empleo que genera el turismo

Hay varias palabras que han sonado sin pausa en esta época Covid. Una de ellas es sostenibilidad. Se ha levantado como un filtro imprescindible para cualquier recuperación, desde la economía y la política a la vida personal. Todo y todos tenemos el mandato de ser más sostenibles. Es lo políticamente correcto en estos momentos de incertidumbre, pero pocos creen estar seguros de qué significa realmente.

Ya de por sí el concepto llegó a la pandemia manoseado y desvirtuado porque en infinidad de ocasiones la sostenibilidad no ha sido más que un reclamo publicitario, un término vacío, puro marketing que poco tiene que ver con el Informe Brundtland publicado en 1987 para las Naciones Unidas, que enfrentó por primera vez desarrollo económico y sostenibilidad ambiental. Su autora, la doctora Brundtland, era entonces la primera ministra de Noruega, una política a la que se considera la madre del desarrollo sostenible. Y no está de más repasar este informe fundacional ahora que la sostenibilidad tiene que ser el eje sobre el que gire la vida postpandemia porque, entre otras cosas, de ello depende, por ejemplo, la financiación necesaria para emprender el camino hacia la recuperación de la mano de los fondos europeos.

Es una cuestión de conciencia, mundial, pero también pragmática. Y no estaría mal aprovechar la oportunidad para aplicar una política sostenible, pero de verdad. En el sector turístico se va a intentar, al menos así se ha diseñado el nuevo turismo en Sevilla, con la idea de gobernar mejor los flujos de visitantes y conseguir crecer en calidad antes que en cantidad. De esto también se ha hablado y escrito ya mucho. Es el gran aprendizaje de esta crisis y ya ha llegado el momento de ponerlo en práctica, ahora que los turistas empiezan a verse de nuevo por las calles de la ciudad.

El turismo sostenible puede ser una estrategia para salvar el planeta, pues en el fondo de todo late el reto de que esta actividad cause el menor impacto medioambiental. Pero no se trata sólo de medir la huella de carbono de los aviones, sino de fomentar un turismo que sea respetuoso con el ecosistema, natural y social, con la cultura local. No puede ser sostenible el turismo que no entiende los valores de los anfitriones e intenta adaptarse a ellos, ni tampoco el que no persigue generar empleo e ingresos para la población autóctona. El turismo sostenible debe buscar el equilibrio en la distribución de los beneficios socioeconómicos y generar oportunidades de empleo estable. Y por ello, en el sector se debería acabar también con un alto grado de precariedad laboral. Esa calidad que se persigue también debería imponerse en el empleo que genera la actividad turística.

Y esto es algo que se debería entender desde lo público y lo privado, ahora que esta alianza camina de la mano con acierto. Si el turismo llegase a ser realmente sostenible no admitiría fobias ni resoplidos cuando, por fin, se empieza a escuchar el rodar de las maletas por las calles de la ciudad. Y Sevilla, que en esta materia improvisa poco, tiene ahora la ocasión de demostrarlo.

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