La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Sánchez entra en los templos cuando quiere
Templada rama”, “reposo malva, trigueño”, “gesto afable, leve”, la llamó Juan Sierra, el poeta que más se agiganta cuanto más tiempo pasa –él, tan discreto, tan alejado de farándulas literarias y cofrades en su casita del Barrio León, tan olvidado durante demasiados años– y cuanto más lo leemos y releemos con una admiración siempre creciente que justifica que Borges dijera en una de sus últimas visitas a Sevilla que era el mejor escritor de su generación.
Es la bella, serena y acogedora Virgen del Amparo la que Juan Sierra evocaba así con su uso magistral de la metáfora, capaz de expresar la esencia última de las imágenes sagradas pensando a la Esperanza Macarena en vino blanco, en romero y en la cal de una fachada, viendo en la Estrella una belleza de nardo y una fortaleza de nácar, llamando salmo suspenso al Cristo del Calvario y coagulada sangre negra, gorda, y leño de clavel carbonizado al Gran Poder, expresando la elegante melancolía de la Virgen del Valle –“Es ya tarde. Recogen su tristeza/ los últimos espejos”– como si se hiciera palabra la música de Gómez Zarzuela y sintiendo al ver a Soledad de San Lorenzo que “de mármol blanco y espeso/ es la vida, cuando dura,/ después que una sepultura/ cayó con todo su peso”.
La belleza envolvente y abrazadora de la Virgen de Amparo es una de las cumbres del arte sevillano. Sin adjetivos. Parte de lo que de mejor se ha pintado, esculpido o compuesto en esta ciudad. Suena a la Missa Benecdicta est Regina Angelorum o al Sancta María, sucurre miseris de Cristóbal de Morales, exacto coetáneo (1500-1553) de Roque de Balduque (1500-1561). Tiene la elegancia de la prosa y el verso del Divino Herrera y la exquisita melancolía de Rodrigo Caro. Y está viva, es decir, recibe culto.
Por eso, como todas nuestras devociones vivas, se revistió de nueva sevillanía regionalista cuando en 1916 la envolvieron la azulejería trianera de Julio Laffite y las pinturas de Enrique Orce de su camarín y su capilla, cuando en 1920 y 1923 Joaquín Turina –devotísimo de Ella, cuya fotografía dedicada por la Hermandad cuando lo nombraron hermano honorario presidía su despacho madrileño– le dedicó las dos Plegarias cuya letra escribió Enrique Gómez Millán y cuando en 1927 se creó el extraordinario paso en el que saldrá esta tarde cerrando el tiempo de gloria sevillano con su afable esplendor en el que seis siglos se abrazan.
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