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Hoja de ruta

Ignacio Martínez

Voluntarios

LA generación norteamericana de los 60 vivió años muy estimulantes. Fue una de las décadas más luminosas del siglo XX, de gran creatividad artística y crecimiento económico sostenido, ensombrecida por la guerra del Vietnam. Uno de los himnos favoritos en aquellos años fue la canción Volunteers de Jefferson Airplane, que este grupo californiano tocó en el festival de Woodstock en 1969. Esta generación no tiene destino al que agarrarse, decían. Sesenta mil muertos y 150.000 heridos en el bando estadounidense justificaban su desesperanza.

Tenían muy identificada su generación. Así se llamaba una canción de los británicos The Who, My generation. También la tocaron en Woodstock. Espero morir antes de envejecer, afirmaban, con la osadía propia de la juventud. Cosa, dicho sea de paso, que cumplió a rajatabla su batería, Keith Moon, muerto a los 32 años de sobredosis. Qué recuerdos. No sería muy exagerado decir que los jóvenes en edad de empezar a labrarse un futuro profesional tienen hoy más motivos para el desengaño que la generación de sus padres. Eso es así en todo el mundo occidental, Europa incluida. No tienen un destino que celebrar, aunque dudo mucho que se les ocurra pensar en morir antes de envejecer. Algo hemos mejorado.

El voluntariado es una tradición norteamericana entre los jóvenes, no desde luego para ir a la guerra, sino para el servicio público. Una tradición que el nuevo primer ministro británico David Cameron quiere imitar. No es que pretenda utilizar de modelo para la clasista sociedad de las islas una más igualitaria, como la americana. Es una cuestión de necesidad. A pesar de que la economía del Reino Unido crecerá un 2% este año, por un 0,8% de la española, Cameron quiere hacer un ajuste de caballo en las cuentas públicas. Reducirá el déficit en 100.000 millones de euros y eliminará medio millón de puestos de trabajo en la administración pública. Y parte de la asistencia social para atender a ancianos, enfermos o niños cuyos padres no tengan guarderías, pretende el Gobierno de Londres suplirla con un sistema de voluntariado.

Quizá contagiada de este espíritu de austeridad, combinado con el servicio social voluntario, una directora general del Ministerio de Educación ha animado a las universidades españolas para que den créditos académicos por acciones de voluntariado. En Andalucía, en universidades como la de Sevilla, a partir de este curso se darán seis créditos europeos por este tipo de actividades. El crédito equivale a 25 horas de servicio a la comunidad. Hasta ahora sólo se daba un crédito por la formación para estas acciones. No estaría mal ampliar la iniciativa más allá de la universidad. Mezclar a jóvenes de distintas procedencias, clases sociales o religión sería una buena experiencia. Hay que buscar estímulos para un futuro más optimista.

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