AUNQUE sería inmiscuirme en terreno exclusivo del impagable don José Rodríguez de la Borbolla y Camoyán, Pepote Borbolla en el mundo, quiero abundar en la opinión de que entre todas las decisiones absurdas del mandarinato vigente lo del aceite en los bares lidera la clasificación. Desde enero, pedir para el desayuno aceite para las tostadas será como volver a las cartillas de racionamiento. El oro oleaginoso que nos corresponderá no llegará a cada rincón de la tostada. Esas monodosis tan ridículas para la cubrición del pan le quitarán una barbaridad de encanto a la delicia que es enfrentarse a la primera colación de la jornada. Hay que ser absurdo para prohibir la espléndida alcuza y obligar a una sequía aceitera que no beneficia a nadie. Y es que el afán de prohibir de esta gente que nos manda no tiene límites, de ahí que comulgue con Pepote y sus circunstancias.
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