Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
El lector curioso todavía está a tiempo. Las exposiciones de Cajasol y Caixafórum dedicadas a la antigua y fértil imbricación de naturaleza y arte permanecerán abiertas hasta el 7 de septiembre. En Cajasol, es una buena selección de obras de la colección Abelló la que ilustra la representación pictórica de la naturaleza desde el siglo XV a nuestros días. En Caixafórum, con el apoyo del Centro Pompidou, lo que se nos ofrece es la imitación formal de la naturaleza, los ecos y similitudes que el arte del XX y el XXI albergan dentro de sí, como una ofrenda estructural a un arcano biológico. Un siglo de biomorfismo es el expresivo subtítulo de esta muestra. Ambas exposiciones, como parece obvio, dan por supuesto el carácter artificioso del concepto Naturaleza.
El lector ya sabe que una de las primeras miradas unitarias sobre el mundo circundante es aquella que ofrece el Génesis. No solo en lo que concierne al Edén, donde la fruta queda vinculada a una restricción de vastas implicaciones; sino en lo que atañe a la paciente ordenación, salvamento y traslado de las bestias que obra Noé, quien estabulará contra natura la sierpe junto al roedor y el lobo junto al cordero. El tierno y minucioso paisajismo de Montoliu, en su Adoración de los pastores (siglo XV), cuya finalidad es la de servir de decorado al hombre, se halla a enorme distancia pictórica e intelectual de los desnudos selváticos de Kirchner (XX), donde la verdad de tales figuras es una verdad antropológica, primordial, embarnecida por colores puros. En el Torso-fruta de Jean Arp, esta concomitancia de los cuerpos, sobre su identidad formal, implica ya una equiparación o confusión de fondo. Manzanas y cuerpos (otra vez el eco de Eva y el jardín levítico) parecen manifestarse como casos particulares de una última e insustancial verdad biológica.
Las flores de madera de Alvar Aalto, la sencilla y magistral pera de un Picasso joven, la naturaleza muerta de Zurbarán hijo, cada uno en su modo, vendrán sujetos a una idea de orden. Por ejemplo, aquel orden conciliador, el hombre como dueño y beneficiario del orbe, enunciado en el XVIII, que guarda una cálida ejemplaridad en el biombo atribuido al mexicano Juan Patricio Morlete. Ahí, es el cazador entre ruinas clásicas y una braña idealizada, quien avanza en la tarde observado por los loros, verdaderas aves del Paraíso. La eternidad que representa Miró –amarillos, verdes y rojos sobre un fondo azul– acaso quepa albergarla en el orden de lo microscópico.
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