RUBIALES se está saliendo con la suya muy pronto y en un par de años tiene a todo el personal, o casi, en el bolsillo con sus nuevos formatos de torneos eliminatorios. La Supercopa de cuatro gana en vivacidad y espacio mediático, en la línea de lo que la UEFA planea para su nueva Champions: en fútbol, menos no es más. Y cuantos más partidos, más ganancias y más ruido. Y eso que la falta de público enfría una emoción ya de por sí aterida por Filomena.
La Copa también ha ganado en chispa. Rubiales nos ha cambiado un ramplón vino de supermercado por otro con aguja y un retrogusto largo, complejo: al no entrar aún el VAR en estas primeras eliminatorias –algunas en campos donde resguardarse del Covid ha sido lo primero y ganar lo segundo–, hemos descubierto que ahora nos indignan el doble los fallos arbitrales de toda la vida. Los errores que suelen condenar al débil. Los béticos saltaron como lobos el sábado noche por la mano de Diego Carlos en el Metropolitano y ni 24 horas después los sevillistas disfrutaron de un franco contragolpe con otra mano, la del verdiblanco Víctor Ruiz en El Molinón. Con VAR o sin VAR, Madrid, Barcelona y Atlético van a seguir disfrutando de un fuero especial. Pero sin VAR el sistema de castas se expresaba en toda su crudeza, y eso que nos ahorramos en la Liga. Lo hemos sacado en claro este fin de semana. También en Leganés y Gijón.
Pero los nuevos formatos igualan. Lo que le pasó al Madrid ante el Athletic en Málaga y a punto estuvo de pasarle al Barcelona en Córdoba, o lo que le pasó al Atlético en Cornellá, debe terminar de convencer a Lopetegui –la Champions es plata lejana– y Pellegrini de que esta Copa tan chispeante es para catarla con delectación.
Este torneo está plagado de desinteresados que no giran el foco de la Liga y la final queda a sólo cuatro partidos, uno de octavos, otro de cuartos y los dos de semifinales. Cuatro sorbos. Sólo cuatro. Tras la barra, un barman rapado.
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