Puntadas con hilo

María José Guzmán

mjguzman@grupojoly.com

Una buena persona

Rafael Rodríguez es un maestro con mayúsculas de un oficio que  agoniza con crueldad

La frase es célebre y sirve de eslogan en las facultades y escuelas de periodismo: “Para ser un buen periodista hay que ser buena persona”. Lo dijo el polaco Ryszard Kapuscinski, destacado escritor y grandioso reportero. Es aplicable a todos los gremios y hoy suena a leyenda en un oficio donde muchos, antes que contar una historia, quieren ser protagonistas de ella. Un oficio donde la envidia, de la mala, y la vanidad confirman esa máxima de no dejes que la realidad (o tu compañero de mesa) te estropee (te quite) una buena historia. Un oficio pisoteado por cualquiera que desde las redes sociales se erige a golpe de fake en periodista o incluso en editor y, además, con la suficiente bula para ofender y dañar sin criterio a quien desde la profesionalidad y las buenas intenciones ose rebatir siquiera una letra.

El periodismo se ha convertido en un oficio donde ser buena persona, a veces simplemente buen profesional, no resulta rentable. Incluso se ve como un desafío. Quizás no se deba generalizar ni atribuir esto a algo nuevo. Seguro que siempre han existido malos profesionales, envidiosos, trepas, cretinos, bufones y malas personas. Y más de uno conocerá casos de gente que ha prosperado a fuerza de trabajarse esas malas artes. Y al revés. Pero lo cierto es que la precariedad y la dictadura de las audiencias y el clic ha terminado por destruir ese ecosistema maravilloso que eran las redacciones de los periódicos y otros medios. Ya sólo queda una sombra que la pandemia, además, está borrando a base de teletrabajo y otros sistemas donde lo último es el logro colectivo. Es la realidad, por mucha metodología agile y procesos colaborativos de éxito en la transformación digital que vive el oficio nos quieran vender.

Descubrir que entre las Medallas de Sevilla este año figura el periodista Rafael Rodríguez Guerrero hace que muchos nos reconciliemos con la profesión y también con la sociedad que reconoce no sólo a grandes profesionales, también grandes personas. Rodríguez –que no es sevillano sino malagueño, pero que jamás ha ejercido agravios ni territoriales ni de cualquier tipo–, es un hombre honesto, digno y decente. Una buena persona con mayúsculas, periodista desde que tiene uso de razón, suele comentar. Con 14 años entró en Radio Juventud de Málaga y con 15, ya hacía informativos. Ahí empezó su brillante carrera, con orgullo de andaluz y periodista militante en la democracia y en la libertad. Es un libro sobre Historia y Autonomía andante que abre sus páginas a quien lo necesite. Ejemplo de generosidad, persistencia, capacidad de trabajo y pasión por el periodismo.

Rodríguez es un maestro de este oficio que se extingue con crueldad. Desde los medios privados y públicos en los que ha trabajado ha sabido transmitir su experiencia, su buen hacer y su sabiduría, pero también ha dejado grandes lecciones vitales. Y muchas las aprendí en aquella redacción de Diario 16 Andalucía, años antes de que Kapuscinski editara Los cínicos no sirven para este oficio. Se acerca octubre y, como cada año, volverá a recordarnos que no hay que echarle años a la vida, sino vida a los años. Y brindaremos por las buenas personas.

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