El balcón
Ignacio Martínez
Trump asusta y contagia
Según el programa Colón ADN, emitido por RTVE, don Cristórofo era un judío sefardí de origen valenciano, datos que se extraen del análisis de sus huesos, depositados en la Catedral de Sevilla. Estos mismos análisis no han logrado especificar si Colón prefería el arroz con conejo o el arroz negro, caso de que ya existieran dichos platos (en el Arte de cocina de Martínez Montiño, cocinero de los Felipes: II, III, y IV, el arroz solo figura como harina y postre); lo cual no quita para que vivamos tales hallazgos con cierto estupor: ¿de verdad puede saberse si uno es valenciano por el análisis de la osamenta? Si don Xabier Arzalluz levantara la cabeza, volvería a perecerse de envidia. El hecho, en realidad, carece de importancia. Hay testimonios variados sobre la patria genovesa o genovisca del almirante. Lo que no hay es ganas de hablar sobre su extraordinaria hazaña; de ahí que ahora andemos averiguado si don Cristóbal era paisano o no de Nino Bravo.
En alguna ocasión he contado aquí que el mismo día en que Colón toca tierra americana, moría en Borgo Sansepolcro Piero della Francesca, quien se distinguirá, además de por su pintura, por formular matemáticamente la geometría y la perspectiva que luego publicaría como suyas Luca Pacioli, inventor de la contabilidad por partida doble. Digamos, pues, que esta coincidencia de fechas no es sino una forma involuntaria de dramatizar el formidable cambio cultural que supuso el Renacimiento; cambio donde Colón adquiere una importancia suma. Juan Gil, en Mitos y utopías del descubrimiento, reconstruye esta trama cultural, geográfica y religiosa sobre la cual podemos concebir una imagen verídica y compleja del navegante. No otra cosa hará su hijo Hernando, en la fastuosa biblioteca que acopió extramuros de la puerta Real, que consignar los nuevos hechos, los extraordinarios conocimientos, que se derivaron de las expediciones iniciadas por su padre. A aquel avizoramiento paterno, Hernando le añadiría una forma moderna y rigurosa de ordenar los saberes de todo orden –geográficos, médicos, gastronómicos, antropológicos, históricos, religiosos...– recabados tras el descubrimiento. Hasta tal punto que es imposible entender España y Europa sin la presencia y el influjo colosal, omnipresente, de América en el Viejo Mundo.
Luján tenía una novelita, La Puerta del Oro, donde aparece el médico Monardes como perito en medicinas y alimentos llegados de ultramar. No en vano, el pimentón de la paella vino de allá. Lo cual sí sería argumento de peso para valencianizar a don Cristóforo.
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