La tribuna

Jaime Martinez Montero

Hay que cambiar la ESO

SI llegara a fructificar el pacto escolar entre los dos grandes partidos, la primera actuación urgente debería ser la de poner remedio a ese agujero negro en que se ha convertido la ESO. Se trata de una etapa muy importante, ya que otorga el nivel de formación general que alcanza la mayoría de los ciudadanos y establece así las posibilidades reales de progreso que va a tener el país. Y lo es también porque de su rendimiento y adecuada orientación hacia los estudios superiores depende el número y la calidad de los científicos, humanistas, pensadores, técnicos, etc, del futuro.

En la ESO se suspende mucho y se repite curso una barbaridad. Los datos son muy malos, y no parecen peores porque normalmente se ofrecen sin desglosar. Si se presentaran las tasas de éxito teniendo como referente los cuatro años en que se debería alcanzar el título, si se mostraran los resultados separando el sexo, y éstos se segregaran también distinguiendo a los centros públicos de los concertados, entonces calibraríamos con exactitud la gran dimensión del desastre de esta etapa.

No creo que con la actual estructura se pueda ir mucho más allá. Ya lleva los suficientes años de rodaje para saber que no funciona. Los profesores que se encargan de la misma son los primeros que han perdido la fe en ella (si es que alguna vez la tuvieron). ¿Qué esperanza le cabe a un enfermo cuyo médico cree que no tiene cura?

No hay que poner ninguna pega a los fines que la ley le asigna; sí, y muchas, a que los pueda satisfacer con la actual organización. Si hay que preparar a los alumnos que tienen capacidad suficiente para acceder a estudios superiores y, a la vez, atender a aquéllos cuyo proyecto de vida no va a requerir mayor formación; si se pretende socializar e integrar a todos los alumnos, por un lado, y por el otro alcanzar la excelencia académica, entonces ambas alternativas no pueden ser atendidas con el actual montaje de la ESO. Perdonen la grosería, pero teta y sopa no caben en la boca.

Son comprensibles las quejas sobre el bajo nivel académico que adquieren los estudiantes. Pero tampoco puede ser que todos los recursos que la sociedad dedica a la formación de los más jóvenes se constituyan formando un entramado que sólo favorezca a una parte de los mismos. ¿Sería ético que el nivel de los contenidos a trabajar en el período obligatorio sea, para todos los alumnos, el requerido para cursar estudios más elevados? ¿Es moralmente aceptable que un sujeto que se vaya a dedicar a un oficio que no precise de una alta formación fracase en el instituto porque es medido con la misma vara con la que lo es el que sí va a cursar después carreras superiores? Pero al mismo tiempo hay que formar a los alumnos. ¿Cómo va a progresar el país si la gran masa trabajadora apenas es capaz de entender e interpretar lo que lee, se expresa mal y no pasa del conocimiento matemático de las cuatro reglas? ¿Y el idioma extranjero, que es tan fundamental y que, tras cientos de horas, apenas si se consigue un tipo de expresión parecido al que empleaban los indios en aquellas películas del Oeste?

Es urgente cortar la enorme sangría de prestigio que, ante la sociedad, sufre la escuela pública en relación con la concertada, porque siendo la que atiende al segmento de población más necesitado de educación, es donde se dan peores resultados. Antes, cuando no había comprensividad, existían dos sistema educativos diferentes: uno para los ricos y para los menos ricos capaces (a partir de los diez años de edad y tras un examen de ingreso); otro, escuálido y corto, para los demás. Hoy con la comprensividad no hay dos sistemas escolares distintos, pero sí dos redes que producen los mismos efectos: centros concertados e institutos públicos ubicados en barrios acomodados de las ciudades, de una parte, y el resto de los IES de la otra. ¿Hemos avanzado entonces?

La ESO debe cambiar su estructura. Porque el reto que tiene es incorporar a la gran mayoría de la población a la aventura del aprendizaje, a la adquisición de conocimientos y competencias, y no el desvanecer los contenidos tras el colegueo, los talleres y demás divertimentos. Si continuamos como hasta ahora, introduciendo parches y remedios limitados, sin verificar el efecto de las medidas que se toman, pensando que la solución del asunto es, exclusivamente, un mero aporte de recursos, seguiremos en las mismas.

Los hijos de las clases menos favorecidas sólo tienen una forma de salir adelante, y es con esfuerzo, disciplina, voluntad de sacrificio y de mejora intelectual. Sólo así pueden desarrollar al máximo sus propias capacidades y alcanzar la formación necesaria para su promoción social. De lo contrario la ESO será para ellos, como dice Salustiano del Campo, un gueto de miseria cultural en el que pierden el tiempo mientras les llega el momento del trabajo basura.

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