La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Sánchez entra en los templos cuando quiere
IMAGINO que por las buenas y nobles artes de Enrique García-Máiquez me llega a la redacción La opción cervecera. Destilando una cultura católica ayer y hoy, libro escrito por el teólogo norteamericano R. Jared Staudt y editado por Homo Legens. Por lo que llevo ojeado y a la espera de una lectura atenta, la obra pertenece a esa nueva corriente del cristianismo romano llamada La opción benedictina, un movimiento de renovación espiritual que mira a la tradición para reconstruir una cultura católica que en los últimos dos siglos se ha ido diluyendo en la sopa tibia de la modernidad. También, cómo no, es un canto de amor a la cerveza y sus virtudes evangelizadoras. El propio Enrique García-Máiquez recuerda en el prólogo la vieja relación entre el catolicismo y la cerveza, y lo hace como lo suele hacer el escritor de El Puerto de Santa María, con una llave de judo intelectual que usa el argumento del adversario para derribarlo sobre el tatami. ¿Cómo? Recordando el epigrama que “se marcó un oxoniense contrario a la proliferación de seguidores de Chesterton” (y por tanto católicos o, al menos, filocatólicos): “Hay cinco cosas que los jóvenes/chestertonianos reverencian:/ el chuletón, la ordinariez, la Iglesia/ el lío y la cerveza”. ¿Quién no se alistaría en ese alegre batallón?
Leyendo el texto de García-Máiquez era inevitable no pensar en esa fotografía del recientemente fallecido papa Benedicto XVI que, en modo teutón Ratzinger, sonríe ante una enorme jarra de cerveza que aplacaría la sed de tres tripulaciones vikingas. Es la imagen con la que me quedo de este papa humano incomprensiblemente atacado en estos días por los odiadores de siempre. Requiescat in pace.
Pero el epigrama del pijo protestante también podría aplicarse a Sevilla, la ciudad bética de San Isidoro, una urbe tan profundamente cristiana que hasta los ateos no logran serlo del todo. ¿O no son aficionados los sevillanos a los chuletones de Salteras, la ordinariez populocrática, las iglesias barrocas, el lío continuo y la Cruzcampo? Es cierto que el vino es la bebida sacramental, la especie eucarística que se convierte en la sangre de Cristo por el misterio de la transubstanciación, pero muchos de los cultos que practican los sevillanos, como los partidos de rugby, serían impensables sin ese tercer tiempo en el que la cerveza es la reina indiscutible. Probablemente no lo sabían, pero cuando los hermanos Roberto y Tomás Osborne fundaron, a principios del siglo XX, una fábrica de cerveza a las afueras de Sevilla estaban dotando a la ciudad de una de esas drogas que, como el peyote de los chamanes, nos acercan al misterio de lo divino, que vuelven a encantar el mundo, que nos hacen trascendentes y esperanzados, que nos llevan, portados por ángeles barrigones y cantores, hacia Dios.
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