Estado civil: turista

05 de septiembre 2025 - 03:07

Como a quienes no cierran los ojos ni la boca ante el destrozo del clima y del planeta ni ante las masacres, a los que cuestionamos un modelo turístico que no se traduce en una Sevilla más habitable para los propios ciudadanos se nos reprochan cosas muy raras que –placer culpable– me divierte leer y escuchar. La primera (y mi favorita) de las falacias consiste en equiparar a quien reniega de la turistificación con los racistas y xenófobos de “Santi y cierra, España”, que echan sus días de playa cazando moros en la costa. Hombre, no: aquí no sugerimos expulsar a ocho millones de extranjeros. Observar que el modelo de turismo que nos estamos comiendo encarece mi barrio –sus tiendas, bares o alquileres–, lo vacía de vecinas que miraban por lo suyo, hace abrevaderos de las calles principales y convierte a los dueños de sus tabernillas en empleados de franquicias que las emulan, no nos convierte en “racistas de guiris” (que en caso alguno se juegan el pellejo para llegar a nuestras costas, sino que lo arriesgan aquí mismo, bajo un sol de injusticia). Es para el modelo económico que pone demasiados huevos en el canasto del turismo –y no para quienes lo cuestionamos– para el que el visitante no es un fin que justifica los medios, sino al contrario.

El segundo de mis reproches favoritos es el del “Y tú más”. Tú también, firmante de esta columna, te subes al avión (llevamos la cuenta de tu huella ecológica), arrastras los ruedines de la maleta por los empedrados, reservas en el biambí y escribes “Aquí, sufriendo” bajo tu selfi en la playa que petas mientras dices, quejosa, “¡Pero qué montón de gente!”. Estado civil: turista. Todos lo somos, dirán. Algunos más que otros, me tendrán que reconocer. El dueño de Ryanair se encarga de recordarnos en estos días que aquí somos todos consecuencia económica de sus portes pero, ¿cuánto tengo de turista? Quiero decir: ¿Cuánto impongo mis expectativas, prejuicios, requisitos, idioma, horarios… en el lugar que visito “porque yo lo he pagado”, cuánto la lío parda, cuánto ensucio, qué aporto, cuánto me ocupo de no interferir, dónde reservo? No importa tanto el grado de pureza de la respuesta como el hecho de hacernos a menudo estas preguntas. “Turismo, turismo, / a moverse mucho / para seguir siendo el mismo”, escribía Isabel Escudero. Quizá en ello resida parte del daño y –en caso de darnos cuenta– del remedio.

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