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La lluvia en Sevilla

La cobija

El frío del Mediodía, a diferencia de las procesiones, va por dentro. Aquí salimos a la calle a caldearnos

La muerte de Unamuno huele a lo que huele el infierno dantesco de Max Estrella: a zapatilla chamuscada por el brasero. Como es bien conocido, don Miguel terminó sus días en el tremendo exilio doméstico, sentado a la mesa camilla. No murió atufado por el picón, sino acaso por otro picón más metafórico y negro. De la navidad de 1936 a la de 2022 ha llovido, aunque en unos sitios más que en otros. Andalucía es la región con más muertes por incendios domésticos, muchos de ellos provocados por la copita y las faldillas, el alnafe, la trébede, el infiernillo. El frío del Mediodía, a diferencia de las procesiones, va por dentro. Aquí salimos a la calle a caldearnos, y en el interior de las casas parecemos Pío Baroja.

Hay un aire de precariedad en la falta de confort térmico, en la bolsa de agua, en las pesadas mantas, en el pijama de franela con los perniles remetidos en los calcetines, en la bata como abrigo de andar por casa, en la copita que preserva el calor de la mesa tupida y te atrapa, pues no hay riles de salir de ella al cuarto de baño en el que -tememos- hay carámbanos y pingüinos, hispalenses, pero pingüinos y carámbanos. Más aún con la humedad: Villa Altamira, llamábamos al bajo en el que vivía una amiga en la calle Santiago. Era entrar y se te rizaba el pelo. El frío que se sufre no porque haga frío, sino porque las viviendas no tienen buenos aislamientos y están mal acondicionadas, debiera ser un indicador del desarrollo. Que en los hogares del sur haga mucho más frío que en los del norte es tan poco casual como que la industria y la vertebración territorial a través de buenas conexiones estén consolidadas allá desde hace demasiadas décadas y por acá nos apañemos tirando a tope del turismo. Tardar más en llegar en transporte público a Paymogo que a Berlín, o la bata de guata barata, no debieran ser, como son, peculiaridades regionales.

Dicen por la tele que ahora, con la factura de la luz saliéndonos por la tapa de los sesos, los españoles se han pertrechado de mantas de esas que esbozan un tigre sobre el tálamo, de babuchas de pana, de bolsas de agua. Será por ahí, porque por aquí, que yo sepa, ya teníamos de todo eso: las gentes del común no hemos salido del pijama de peluche, de la camisetita térmica, de las manos frías, de la sedalina - esa innovación que no falta en estas fechas en mi cama-. Del cobijo de la cobija. Personalmente, no conozco a ningún aborigen que, ni ahora ni antes, acostumbre a estar en casa en manga corta en diciembre. Mas la climatización sostenible, amortizable y sensata, que no nos obligue a rondar por la casa como fantasmas de batamanta, aquí aún no ha llegado.

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