¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

El cura y la reina

Garnica nos sorprendió con su anecdotario de cuando enseñaba la Catedral a los monarcas del ancho mundo

Era Antonio Garnica un tipo peculiar, un cura católico que leía a teólogos protestantes, pero que mientras las fuerzas le acompañaron no dejó de vestir la túnica de ruan del Calvario. Concebía el cristianismo como una aventura intelectual y vital, lejos de todo rigor mortis. Sólo un hombre como él podía superar una crisis de fe estudiando a Blanco White, el hereje sevillano por excelencia, con permiso de Casiodoro de Reina, que en puridad era de Montemolín, un pueblo de la muy hispalense provincia de Badajoz.

Vivía Garnica en un piso de la Sevilla del extrarradio, convencido, como tantos, que lo del celibato de los sacerdotes era una norma absurda y contraproducente. Allí fuimos libreta y grabadora en mano poco antes de su muerte, en otoño de 2016. Tras una breve inspección ocular al salón, y pese a que nuestra primera intención era empezar la entrevista con sus investigaciones sobre Blanco White, el cotilleo pudo a la cultura y no hubo duda de cuál sería la primera pregunta: ¿Y esa foto con Isabel II de Inglaterra? Fue entonces cuando el cura y catedrático de Filología Inglesa nos sorprendió con un detallado anecdotario sobre los reyes a los que había enseñado la Catedral y otros monumentos sevillanos, un relato que ni el mismísimo Peñafiel hubiese superado. Habló del rey de Nepal, siempre con su mujer varios pasos por detrás, lo que le obligaba a repetir dos veces las explicaciones; de Gustavo de Suecia, que sólo preguntó por un edificio que resultó ser un puticlub de las afueras; de las miradas entusiastas de don Juan Carlos I a la reina Noor de Jordania y, sobre todo, de una sorprendentemente "simpática" Isabel II de Inglaterra, que se admiró de la altura de la Catedral ("…que nos tomen por locos") y con donosura de reina dispuso que el ramo de claveles blancos que le había regalado el Cabildo se le entregase a la Virgen de los Reyes. Como recuerdo de aquella visita la monarca sólo se quedó con un trozo de arrayán que arrancó de un seto del Alcázar y que guardó en su bolso de abuela. Su olor, según confesó, le era muy grato.

Ahora, leemos en una noticia firmada por Juan Parejo que el Alcázar ha retomado la tradición de mandar naranjas amargas de sus jardines al palacio de Buckingham. Todos sabemos que nadie como los ingleses han sabido valorar las mermeladas y confituras que se extraen de ese frutal que debemos a los moros, pero que para nosotros siempre han tenido un valor más decorativo y olfativo que gastronómico. La Sevilla anglófila -que es amplia e insobornable- está de enhorabuena: Elizabeth Alexandra Mary desayunará Sevillian orange marmalade. Sólo una sugerencia al alcaide del Alcázar: añadan en el lote unas ramas de arrayán. Las pituitarias de Su Majestad lo agradecerán.

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