Tenía que ocurrir lo que pasó el domingo en el Villamarín para que la autoridad, competente sólo más o menos, tomase medidas en el asunto. El asunto es el de introducir la tecnología en el partido para que los arbitrajes no contengan errores tan groseros como el autogol de Piccini que el canario Hernández al cuadrado no validó. Y lo que ocurrió es que, al contrario de tantas y tantas veces, el damnificado por el error resultó ser el poderoso.

Nadie clamó por la ausencia de la tecnología punta cuando aquellos penaltis fuera del área que un día Gil Manzano y otro Undiano pitaron en contra del Betis, o cuando el clamoroso error de invalidar el gol de Álex Alegría que hubiera llevado las tablas al último derbi. No eran errores suficientes como para reclamar ojo de halcón alguno y si me refiero a lances exclusivamente béticos es por la forma en que ese grosero error del domingo eclipsó el buen partido del Betis.

La Liga es Madrid y Barça con el acompañamiento de dieciocho comparsas que apenas pintan algo en ella. Ha bastado un error de muchísimo bulto contra uno de ellos para que la campaña mediática salga con toda su artillería clamando por el rearbitraje cuando sea menester. Y creo que sólo será menester cuando pase como pasó el domingo en Heliópolis, ya que visto lo que cuesta poner el ojo de halcón no sería de extrañar que sólo se colocara en los partidos de ambos colosos.

Particularmente creo que lo que pasó el domingo no necesita ojo de halcón alguno para que suceda. Casi sesenta centímetros tras la línea de gol son argumentos suficientes como para quitarle el carné al juez de línea. ¿Hacia dónde estaría mirando el hombre? Pues hacia el mismo sitio que esos colegas que tanto perjudicaron al que beneficiaron este domingo. Entonces nadie clamó por la tecnología, bienvenido, pues, el Barça a la cosa para que la cosa estalle, ¿verdad?