La aldaba
Carlos Navarro Antolín
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Ojo de pez
Resultaba lógica y previsible la prohibición de manifestaciones este 8-M: con la que está cayendo, y ahora que la tercera ola parece contenida, a un tiento de lo que tengan que decir cepas británicas y brasileñas (con tal exotismo decide adornarse la pandemia), lo más razonable, dada además la abultada participación que la movilización convoca cada año, era quedarse en casa. Las entidades convocantes han asumido, por lo general, la imposición vertida desde las distintas administraciones y han propuesto alternativas, desde manifestaciones caseras con lemas coreados desde las ventanas hasta actuaciones visibles en redes sociales, con tal de que la reclamación feminista planteada cada 8-M, la igualdad real y la consecución de los derechos de las mujeres, mantenga sus efectos en la medida en que los objetivos por lograr son todavía muchos. El problema es que es muy difícil no darle la razón a Irene Montero en su denuncia de la criminalización del feminismo cuando el derbi futbolístico en Madrid se salda con aglomeraciones a mansalva de hinchas agolpados y abrazados y no pasa nada. O cuando se anuncia un concierto en Barcelona para el próximo 27 de marzo al que podrán asistir cinco mil personas sin respetar la distancia de seguridad pero con la mascarilla puesta. La justificación es, ciertamente, compleja.
Cuando lo que está sobre la mesa son los derechos de las personas, no hay más remedio que ser tremendamente exquisitos. El que está enfrente puede no gustarnos, ni sus ideas ni la forma en que las expresa, pero si la democracia le asiste en su derecho, únicamente nos corresponde no sólo aceptar ese derecho, sino secundarlo y facilitarlo. O, al menos, no obstruirlo. Así que no puede ser que se permitan moles humanas a cuenta de un partido de fútbol cuando se ha prohibido para menos de veinticuatro horas después una manifestación que, para mucha gente, es importante. Ni puede darse Macarena Olona el capricho de convocar un mitin alternativo el 28-F y vulnerar las normas sanitarias a la vez que criminaliza a las feministas por hacer uso de su derecho a la manifestación. Si los colectivos feministas acatan la prohibición, tal y como ha ocurrido, habría que haber atajado de manera radical cualquier otro tipo de acumulación, más o menos espontánea. Ahora, a día de hoy, si las feministas afirman que en España no todos tienen los mismos derechos, no se les puede negar que tienen razón.
En fin, tampoco es nueva la evidencia de que no hay mejor salvoconducto que el carnet del equipo. Más, incluso, que el del partido. Así se las gasta el patriotismo.
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