El derecho del Papa a una buena muerte

Un acierto el de don Carlos Infantes de terminar el acto en la Academia de Medicina pidiendo al arzobispo que dirigiera una oración por el Santo Padre

El Papa con el arzobispo de Sevilla.
El Papa con el arzobispo de Sevilla. / M. G.

24 de febrero 2025 - 07:00

Mediodía avanzada en Sevilla. El arzobispo Saiz ingresaba como académico en la de Medicina y Cirugía, la más antigua y prestigiosa de la ciudad en el mar de academias mediocres recién fundadas para que sus miembros puedan usar los fracs alquilados en la calle José Gestoso. No podía ser de otra manera que arrancar el acto con un recuerdo al papa Francisco. Muy bien que hizo el prelado hispalense en comenzar su discurso pidiendo por la salud del Santo Padre. Y todavía mejor que el presidente de la institución convocante, el doctor don Carlos Infantes, quisiera que antes de terminar el solemne acto se rezara una oración por el papa Francisco. Y todos a orar después de una brillante intervención en la que el prelado nos ilustró sobre el sentido y la esperanza entendidos por Viktor Frankl, padre de la logoterapia. Resultó estremecedor el relato sobre cómo los pocos supervivientes de los campos de concentración del nazismo se aferraron a la fe, cada uno de su respectiva confesión, para salir adelante en tan adversas condiciones. Estaba el señor arzobispo pronunciando su lección magistral sobre cómo los escasos presos sobrevivientes pudieron salir adelante gracias a la fe, cuando justo en ese momento se multiplicaban las informaciones sobre la evolución de la salud del Santo Padre. "Estado crítico". "Pronósticos negativos". "Rumores de renuncia".

La Iglesia Católica parece encaminarse a una nueva etapa después de doce años de un pontífice inesperado, procedente del fin del mundo, como él mismo se definió. Hay un tabú en referir que el Papa está cercano a la muerte, cuando es jesuita y sabe que debemos rezar para que tenga una buena muerte, gracia divina que en Sevilla pedimos en la Capilla de la Universidad. Sin miedo, sin disimulos, sin maquillajes. Si hay que estar más tiempo en este mundo, estamos. Con mucho gusto y faltaría más. Pero como denuncia el hermano mayor del Silencio, don Eduardo Castillo Ybarra, esta sociedad oculta la muerte de manera irresponsable e inconsciente. Por eso los primitivos nazarenos de Sevilla están acostumbrados a presenciar la calavera de la Mesa de Disciplina cada vez que entran en San Antonio Abad para realizar la estación de penitencia con el punto culmen de adorar al Santísmo Sacramento en el Monumento de la Catedral. La muerte como un hecho natural e íntimamente relacionado con la vida. La muerte sin temores. "No se olviden de rezar por mí, ¿eh? Recen por mí". Así lo ha pedido siempre Francisco. Y justamente eso hicimos ayer en la Academia de Medicina con el señor arzobispo, Carlos Infantes, el caballero maestrante Marcelo Maestre, Francisco Vélez, Joaquín Moeckel, Isacio Siguero, Antero Pascual, Luis Fernando Rodríguez, Juan Pablo Fernández Barrero, Julio Cuesta... El presidente anfitrión acertó de pleno. Eso y solo eso ha rogado siempre el pontífice. Nada más que una oración. Y Sevilla ha estado a la altura. Piedad popular y piedad particular.

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