El derecho a una política aburrida

Hubo un tiempo en que no conocíamos a los jueces y había que consultar el nombre del fiscal general

Feijóo anuncia el neoarenismo

El puto amo de Génova

Pedro Sánchez y María Jesús Montero, el pasado lunes en la sede del PSOE.
Pedro Sánchez y María Jesús Montero, el pasado lunes en la sede del PSOE. / M. G.

10 de julio 2025 - 04:00

Con el Gobierno lastrado por los frentes judiciales, el presidente de comparecencia especial en el Congreso, un PP reprogramado para recuperar votantes de Vox y la multiplicación de nuevos casos de chanchullos, acusaciones (memorables las realizadas ayer por Feijóo) o citaciones judiciales que convierten en antiguos los que estallaron hace dos semanas, ha llegado el momento de reivindicar el derecho de los ciudadanos a una política aburrida, que no provoque ansiedad, que no convierta los telediarios en cócteles explosivos, que respete el sosiego deseable en las horas del almuerzo. Sumamos años de agitaciones, demasiados años. Al menos podríamos volver a los tiempos en que no conocíamos el nombre de los jueces, acaso leíamos referencias al titular de tal juzgado o de tal Audiencia. Esos maravillosos años en que había que consultar el nombre del fiscal general del Estado, cuando además era noticia –una noticia de gran impacto– que un magistrado colgara la toga y se pasara a la política. Esos años en que el comienzo del verano era motivo para un reportaje amable sobre el destino de las vacaciones de nuestros altos representantes, y no la matraca desmesurada que nos dan todo el año al hacernos partícipes de sus vidas cotidianas para exhibir que ejercen de padre, leen poesía o hacen deporte. Queremos que se regule el derecho al aburrimiento, que las sesiones del Congreso vuelvan a ser un suplicio, una suerte de tortura, unas horas que parecían interesar solamente a los señores diputados y a los grandes cronistas parlamentarios que ha dado el periodismo en España. Queremos que vuelva algo de buen humor a la política, incluso esa crítica combinada con acidez (guasa) de aquellos guiñoles.

¿No existe el derecho al olvido en las fosas sépticas del mundo de digital? Pues la política debería serlo siempre que eso suponga la ausencia de escándalos, o al menos que no haya tantos, tan duraderos y de tan baja estofa. Que el periodismo no se base en el escrache con la alcachofa por los pasillos del Congreso o a las puertas de un domicilio, ni en ristras de mensajes privados (aunque los haya habido de indudable interés general). La política necesita de un Gobierno que procure la calma, el sosiego, la navegación por un mar plato. Que los bochincheros sean detectados y anulados. Que el escándalo sea la excepción, el prestigio sea de nuevo un valor al alza y la política una actividad que capte el interés de grandes profesionales. Es un sueño, una quimera, una ingenuidad. Pero conviene recordar que hubo etapas en que la información política aburría a muchos. Quizás porque era sobre política, no sobre mordidas, prostitutas, mala educación, mangazos, culebreos, insultos o acosos.

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