
La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El Palacio de Magdaleno
La aldaba
Está la mar de bien que nuestro presidente Moreno haya regalado al papa Francisco una Virgen del Rocío. Si hay un fenómeno que vertebra Andalucía es la devoción a la Patrona de Almonte, como el Camino de Santiago, las becas Erasmus o la Champions vertebran Europa. El arzobispo Saiz llevó una caja de yemas de San Leandro, como en su día solía recibirla el recordado cardenal Antonio María Javierre. Sirva el presente para fomentar la venta de estas delicias que elaboran las religiosas agustinas que tanta ayuda necesitan. ¿Y qué me dicen del jamón que el prelado llevó hasta el Vaticano? Todos buscando la foto de la pata... Y monseñor Saiz llevó el jamón ya loncheado. Se dice que un amigo es el que te ayuda en una mudanza y el que te manda un jamón... ya cortado en raciones, debidamente envasadas al vacío, y sin olvidar el sobrecito con los tacos. El hueso no lo vimos, no debía ser fácil colarlo en el avión, hubiera sido ya demasiado. Pero el regalazo que nos conmovió fue el del presidente de la Fundación Cajasol. Antonio Pulido entregó al Santo Padre dos libros de Pemán, procedentes del legado que posee la entidad del célebre escritor gaditano. Una sorpresa que pocos esperaban. Pero hubo más. Pulido terminó su turno de entrega de presentes con un ejemplar del libro de los conventos de Sevilla del médico Ismael Yebra Sotillo (1955-2021). Y ahí nos ganó. Esa obra es la vida de un galeno que fue más allá de la consulta y que se ganó lo más difícil: la confianza de muchísimas congregaciones de clausura que le entregaron la joya de su afecto y le abrieron las puertas que a casi nadie abrían porque su mundo nunca fue el exterior, sino de muros hacia dentro.
¡Cuánto sabía Yebra de los tesoros histórico-artísticos de los cenobios y de las necesidades reales de las religiosas! Yebra buscaba recursos, medicinas y soluciones para que no hubiera hambre, no faltara calefacción o no se cayeran los muros. Con la cara de sueño y el fonendo como estola acudía a medianoche a toda prisa a un convento si una hermana enfermaba. Y comprometía a sus amistades para ayudar a las monjas. Pedía para ellas, consciente de su importancia fundamental en la sociedad de las prisas, el egoísmo, la inmediatez y la cancelación. Alguien tiene que orar en el interior por todos los que están en el exterior, alguien tiene que reflexionar, meditar y dedicar plegarias por un mundo en constante cambio, con crisis acentuadas, en manos de dirigentes botarates y sin sensibilidad ni humanidad. Ismael fue un protector de los conventos, además de muchas cosas más. Seguro que su viuda y sus dos hijos han sonreído al ver al Papa con su libro en las manos. Veo a Ismael de paseo por la penumbra del patio enclaustrado de uno de esos conventos en los que de vez en cuando se refugiaba con su Victoria: "Las cosas de Pulido, verás tú que se van a enfadar otros autores". Pulido ha puesto en su sitio a un sevillano cabal de una generosidad y una discreción indudables. Amó los conventos porque siempre vio en ellos la Sevilla más auténtica.
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