La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Los caídos de la Sevilla de Oseluí
El día de la Constitución nos recuerda dos cosas sobre todo. Una, que es día para subir el colesterol en la muestra artesana y chacinera de El Pedroso. Otra, que apenas nadie se ha leído el texto patrio. Ocurre con la Constitución algo parecido a lo que decía Chesterton sobre el periodismo (“periodismo es decir ‘Lord Jones ha muerto’ a gente que no sabía que Lord Jones estaba vivo”). Por eso en el día de la Constitución celebramos que no la hemos leído. Al menos de inicio a fin, como el aprensivo que lee el prospecto de un fármaco, desde su composición y posología hasta sus posibles reacciones adversas.
Este año ha sido el de la ira entre las Españas. Se ha hablado mucho del asalto a la Constitución. Ya saben, eso de si, por un lado, la amnistía al ínclito Puigdemont y amics es constitucional o no y si, por otro, Pedro Sánchez ha pervertido el texto fraterno por siete votos venenosos para ser investido –y embestido– como presidente. Así está España, celebrando la Constitución herida y que nadie lee. Y así está Sevilla y así está su Avenida de la Constitución. Dícese de esa arteria dislocada, ejemplo de dislate viario entre –cojan aire por favor– turistas pasivos, peatones aborígenes, bicicletas, tranvías, artistas callejeros, maceteros, clientes de veladores, manifestantes de ocasión, castañeros, runners mañaneros, gitanas del romero, patinetes, mupis urbanos, seguratas de bancos, pedigüeños, taxistas, vehículos VTC y furgonetas de reparto.
Con los años uno va practicando la arqueología. La Avenida de la Constitución la recuerdo con tráfico analógico, con esas arquivoltas de la catedral ennegrecidas por el humo y esas columnas con argollas forradas con carteles de cultos de las cofradías. Quizá la Avenida de ayer remita al concepto de ciudad poco amable. Hoy, tras décadas de piel sensible y turismo abrasivo, la Avenida no es más que una plasta de franquicias y un dislate de concepto urbano que en Navidad alcanza su paroxismo. Dejamos la ciudad poco amable por la ciudad insoportable. Igual que “dejamos de ser analfabetos para ser más incultos”. Lo dijo Rafael Montesinos, cronista local, precisamente, de aquellos Diálogos por la acera izquierda de la Avenida.
Dicen los expertos que la Avenida de la Constitución es la segunda más concurrida de España (15.352 peatones diarios). Sólo está por detrás de la calle Atocha, en la capital de los hijos de fruta (17.278 peatones al día). Las chiribitas navideñas atraen ahora a una bulla enferma de distracción permanente. Antes fue la contaminación del humo en la Avenida. Ahora el gentío amorfo la hace irrespirable.
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