Crónica personal

Pilar Cernuda

La disputa es por el liderazgo de la oposición

CUMPLIDO el trámite de la primera votación, a la espera de la de mañana, toca hacer un análisis de cómo se configura el panorama político a través del debate de investidura.

Se advierte perfectamente que el objetivo de Pablo Iglesias es presentarse como líder de la oposición, arremetiendo contra un PSOE muy herido, que espera el sábado con la mirada puesta no en Rajoy, sino en Pedro Sánchez. Ese día desvelará su voto y también su futuro, porque algunos de los pocos diputados que han hablado con él estos días han transmitido su percepción de que Sánchez va a votar no y a continuación anunciará que renuncia a su acta de diputado porque entiende que un ex secretario general del partido no puede votar en contra del mandato de su Comité Federal. Cuesta creerlo, pero si se confirma ese dato, no podrá optar a la reelección.

Antonio Hernando defendió con argumentos sólidos el cambio de posición de su partido, un papel muy difícil desde el punto de vista personal y emocional que, sin embargo, cumplió con gallardía. Su empeño en presentarse como portavoz de un partido que va a hacer una oposición implacable sonaba menos creíble, hasta el punto de que cuando Rajoy anuncio que se paralizaban las reválidas a la espera de un pacto sobre la educación, sonaba algo así como un favor que le ponía a Hernando en bandeja: aquí tienes tu primer triunfo, has pedido fuera reválida y aquí lo tienes. Aparte de que así Rajoy daba ejemplo de que se toma en serio su anunciado nuevo talante negociador, que es la principal baza que piensa utilizar para intentar que la legislatura llegue hasta el final. Es probable que eso ocurra, ya que si es elegido presidente tiene Rajoy una baza que puede utilizar en cualquier momento: disolución de las Cortes y nuevas elecciones. Y que cada palo aguante su vela. Sobre todo el PSOE, con sus costuras reventadas como demostró la frialdad -por no decir desafecto- con la que un sector de la bancada trató a su portavoz.

Situación que aprovechó un arrogante Iglesias para postularse como líder de la oposición. La arrogancia no impidió advertir su bisoñez política a pesar de ser profesor de política, sus mensajes asamblearios que sonaban a los escuchados hace décadas en los campus universitarios y las reuniones en las fábricas, y sus propuestas-eslogan. Tendrá la calle, pero un partido serio debe ser algo más que un movimiento callejero. Y sabrá cómo montar números como el del último momento, cuando todo su grupo abandono el hemiciclo en protesta porque la presidenta de la Cámara no le había permitido replicar, por alusiones, al portavoz del PP. Números propios del politiqueo fácil, no de un partido que aspira al Gobierno y, en esta legislatura, al liderazgo de la oposición.

Veremos un Gobierno más dialogante y más cercano, un PNV que podría votar algunas iniciativas de ese Gobierno, unos independentistas catalanes a los que PP, PSOE y Ciudadanos no van a dar ni agua, pero con los que se hablará de dineros, y un Podemos echado al monte. Lo que puede aprovechar el PSOE para ir avanzando en la necesaria credibilidad y sensatez que, en parte, había aparcado estos últimos años.

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