Don Álvaro o la fuerza del sino

12 de noviembre 2025 - 03:09

No hay que estar muy versado en Derecho Canónico para saber que un novio no es lo mismo que una esposa. Cuando el Gobierno buscaba un objetivo análogo para contrarrestar las irregularidades de una catedrática sin estudios universitarios, buscando una pieza de caza mayor saltaron de alborozo aunque lo fuera de caza menor. Pero habían dado en la diana. El presunto fraude fiscal es mucho más grave, pero un novio, por mucha pareja de Ayuso que sea, nunca será una esposa. En su fuero interno, como en los aquelarres de amistad, cantarían a coro el célebre “¡que se casen, que se casen!”.

El ministro de Justicia, Félix Bolaños, emulando a Pero Grullo, ha dicho que si Begoña Gómez no fuera la esposa de Pedro Sánchez no habría caso. Ha construido sin pretenderlo un silogismo en bárbara, porque el asunto es mollar ya que se trata de la esposa del presidente del Gobierno, quien proclamó antes de seguir la estela de Blas de Lezo camino de las Américas la inocencia del fiscal general del Estado.

A la izquierda del presidente del Tribunal Supremo se sienta en las sesiones del juicio Manuel Marchena. Si Pedro Sánchez se leyera el libro del presidente de la Sala Segunda del Supremo se vería reflejado: anda, si soy yo. El libro se titula La justicia amenazada, y a su primer capítulo le ha puesto como epígrafe “¿De quién depende el fiscal? Pues ya está…” La frase que el presidente dijo de forma tan lapidaria en una entrevista radiofónica figura con letras de molde en este libro editado por Espasa.

Don Álvaro o la fuerza del sino. García Ortiz es como el personaje del duque de Rivas, que nos devuelve a las clases de Romanticismo junto a Larra, Zorrilla y Espronceda. Él también puede verse reflejado en el libro de su colega Marchena cuando éste critica “la concepción del fiscal general del Estado como un delegado del Gobierno”. Como el capataz del latifundista. Nunca antes la institución se había visto humillada y alanceada de esta manera. El primer fiscal del Reino, según cuenta Marchena en su libro, se llamaba Melchor de Macanaz, lo nombró Felipe V en 1713 y tampoco lo tuvo fácil: perseguido por la Inquisición, tuvo que refugiarse en Francia.

Los afines, que justifican los medios, han convertido el caso García Ortiz en el caso González Amador confundiendo la forma con el fondo. Pero en este caso la forma es el fondo, el meollo. El presidente aboga por su inocencia en un caso de sinécdoque: la inocencia del fiscal general del Estado es la suya propia, pues ya está, y la culpabilidad de García Ortiz también sería la suya. Tiene un punto de vudú este juicio, de pánico por delegación.

“Amad la justicia, gobernantes de la tierra”, dice el Libro de la Sabiduría. Marchena, que no es un don nadie (Caballero de la Legión de Honor de la República Francesa, Gran Estrella de la OTAN, Gran Cruz de San Raimundo de Peñafort) reitera en su libro la premisa de la separación de poderes; el de los jueces incluye entre sus funciones “la lucha contra las inmunidades del poder”. Y casi nadie está inmune. No hay mascarillas para evitar ese contagio. Pues ya está.

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