Lo que se encarte

02 de diciembre 2025 - 03:07

Imagino que muchos de ustedes también llaman “mi casa” a la de sus padres, es decir, donde se criaron. Bien, pues hay en “mi casa” una especie de diccionario sanluqueño que le regalé a mi padre hace muchos años. Tantos que ni se acordará. En él se recogen términos comúnmente usados en esa atlántica zona de la Baja Andalucía. Como el nexo de unión entre Sevilla y Sanlúcar es fluvial y americanamente indefectible, algunas de estas palabras las compartimos.

Empleamos vocablos que son tan cultos que hasta los propios sanluqueños los tomamos a chufla. Como cigarrón (saltamontes), alúa (coyuya: coleóptero que parece una hormiga voladora) o harón (vago), con su h bien aspirada.

De las Indias nos llegó la lechina, así llaman en Venezuela a la varicela, y meco, que, al igual que en Costa Rica, es un cate en la cabeza.

Me fascinan las de origen desconocido. Arbotario es quien cambia de opinión sin criterio, y armaero, un terreno preparado para la caza de pájaros con red. No quiero escabullirme de mentar el verbo lúdico-festivo pijar, pero no les puedo decir qué significa porque estamos en horario infantil.

Las deformadas o adaptadas son infinitas, y así, llamamos pitijopo a la libélula, sin saber que el origen es la expresión francesa petit hop (pequeño salto) pues así denominaron los invasores a este insecto. Del ostión (ostra de baja alcurnia) viene una de nuestras palabras más versátiles: ostia. Define tanto al cursi con ínfulas como al zarpajazo (caída aparatosa), o a la mascá o mascazo (puñetazo en la cara). Mamostia es el peor insulto que te pueden dedicar porque implica ser un estúpido convencido de saber más que nadie. Un ser totalmente despreciable. En una categoría inferior está el ostiao, pues este es un pasmado. La ahumera es la embriaguez de manzanilla y no se debe confundir con la tajá, que es una borrachera muy gorda. Conveniente es diferenciar entre ir ahumao, que tiene su punto, y estar tajao, que es infame.

Pero de todas, para mí, la más bonita es encarte. En el resto de Andalucía se usa para hacer una propuesta sin exigencia, sin disponer de la voluntad de la otra persona, muy a favor de nuestro carácter. “Si cuando salgas de trabajar se te encarta, ven a verme”. Pero en mi pueblo es una oportunidad que se presenta de improviso y que hay que aprovechar. Es empezar el día rutinariamente y acabarlo en una Venta de La Colonia, comiendo pajaritos fritos y escuchando a un tío cantar fandangos por Paco Toronjo porque te encontraste al salir del banco con tu primo, el de tu tía Juana, y una cosa llevó a la otra. Vamos, que se encartó. Para los que tenemos la necesidad de tenerlo todo previsto, nos adelantamos a lo que va a venir y nos planteamos situaciones que luego no suceden, subirnos al tren del encarte es una obligación, aunque no sepamos a dónde nos va a llevar. Porque por mucho que planeemos, preveamos y dispongamos, al final, estamos a merced de la casualidad, la vacilación y la prisa. Y es que, en buena parte, la vida no avanza a base de control y certeza, la vida se despliega.

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