A paso gentil

antonio brea

El estudiante valiente

Antonio es un hombre fuera de lo común, de saber enciclopédico y afición por las antigüedades y el arte

Pocos placeres tan gratos me deparan mis escapadas al hermoso municipio de Aracena, como las charlas con don Antonio Flores, laborioso jubilado que auxilia a su hija Victoria en la gestión de una acogedora villa turística, a poca distancia del centro de la apacible localidad serrana, cuyas grutas le otorgan fama universal.

Es Antonio un hombre fuera de lo común, de saber enciclopédico y afición por las antigüedades y el arte, amorosamente transmitida a su descendiente. Emparentado con una familia de abolengo, ello no le impide sentenciar sobre la secular falta de implicación de las élites hispanas en la cultura del trabajo, así como sus nefastas consecuencias, derivadas a lo largo de los siglos, para el progreso material de nuestro país.

Un espíritu crítico que en parte se forjó durante su paso por la Universidad Complutense de Madrid, donde cursó Ciencias Políticas, en la época en la que esta carrera inició su camino segregado de la de Ciencias Económicas y Empresariales, dentro de las transformaciones educativas del tardofranquismo.

En relación a ese periodo juvenil de su existencia, cuenta mi amigo una anécdota digna de ser compartida con los lectores. Se aproximaba Franco al término de sus días, cuando Antonio debía enfrentarse al último examen que le restaba para finalizar sus estudios, coincidiendo esta circunstancia con difíciles momentos para la salud y economía de su padre, afectada por las cambiantes coyunturas de las actividades agropecuarias. Tras un duro viaje en autoestop, desde la sierra onubense hasta la capital de España, se encontró nuestro protagonista con que, a la hora de la prueba, el campus se sumía en una protesta promovida por estudiantes de izquierdas. Reunidos los alumnos convocados, y sin saber qué hacer ante la inacción del catedrático que allí los había citado, resolvió mi tocayo por las bravas la kafkiana situación. Bastó retirar el precinto colocado por los huelguistas y dar una voz de "¡todo el mundo para dentro!", para poder examinarse y obtener el título que a la postre le serviría para iniciar una dilatada trayectoria como servidor público.

El recuerdo del audaz gesto de aquel joven, carente de intencionalidad partidista, me conmueve personalmente como ejemplo del gran valor de la rebeldía del individuo aislado, pero cargado de razón, frente a la arbitraria imposición de un colectivo. Un canto a la importancia del ejercicio de la libertad, que cobra vigencia en una oscura etapa en la que este se ve sutilmente coartado.

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