¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Ussía, el último acto del “otro 27”
En todo el mundo, las opciones más extremas son las que se están imponiendo en las urnas (suponiendo, claro está, que en esos países haya urnas). En Gran Bretaña, un chiflado que hipnotizaba a las mujeres para agrandarles los pechos (ahora en el Partido Verde) lidera la intención de voto entre los jóvenes, mientras que los mayores se inclinan por un tipo que quiere meter a todos los inmigrantes en un barco y soltarlos en alta mar. Y estamos hablando de Gran Bretaña, que debe de ser el único país del mundo que ha vivido con un mínimo de cordura en los dos últimos siglos. Y en Estados Unidos, lo más seguro es que el nuevo alcalde de Nueva York –musulmán y socialista– se enfrente en las próximas elecciones al vicepresidente Vance, un fanático que quiere imponer un país culturalmente cristiano haciendo todo lo necesario para lograrlo. Y en Francia, las próximas elecciones se librarán a cara de perro entre los islamo-woke-chavistas de Mélenchon y la extrema derecha blanca y supremacista de LePen (o sus herederos). Y en Chile, una militante del Partido Comunista se enfrentará a un nostálgico de Pinochet (la izquierda moderada y la democracia cristiana se han desintegrado). Y podríamos seguir, aunque es mejor no continuar para no deprimirnos.
Lo innegable es que la polarización extrema parece irreversible: el mundo de los consensos elementales entre derecha e izquierda ha saltado por los aires. Y ahora ya estamos en otro mundo: un mundo en el que se busca la eliminación política del adversario (pronto será la proscripción social y luego llegará algo mucho peor), tal como sucedió en los años 30 del siglo pasado. Y contemplando la escena, relamiéndose como gatos satisfechos, están los autócratas que tienen soldados y recursos económicos para hacer lo que les dé la gana sin que nadie se atreva a tocarles un pelo. Uno es chino, el otro ruso, y quizá haya algún otro por ahí esperando su momento. Ya llegará.
Y por ahí en medio andamos nosotros, con una política cada vez más delirante que no va a dejar nada en pie –ni la Sanidad ni la Educación ni la Justicia ni la Economía–, cosa que no tardará en tener consecuencias gravísimas (bastará que un día se desplomen las pensiones). Y entonces, cuando llegue el día, va a ser un espectáculo muy bonito, créanme.
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